sábado, 7 de mayo de 2011

De la Vanidad a la Codicia

Friedrich Nietzsche afirmó que “la vanidad es la ciega propensión a considerarse como individuo no siéndolo”. Interpreto que el individuo extremadamente vanidoso deja pasar por alto el origen de su codicioso pecado: lograr jugar un papel social. Si se cumple la premisa aristotélica, según la cual el hombre es político (social) por naturaleza, habría que conceder a los marxistas la pertinencia de su fundamento doctrinal; nuestra individualidad se condiciona a nuestra interacción con los demás. En dado caso, se gesta una gran paradoja cuando el exceso de vanidad termina con el aislamiento social.


Y es que poco sentido tiene poseer riqueza sin ser reconocido por la misma. Me costaría trabajo pensar que gastar miles de dólares en un carro deportivo o pasar decenas de horas a la semana en un gimnasio carezca de una motivación emocional relacionada (al menos en parte) a ansiedades tan humanas como conseguir una pareja sexual. A fin de cuentas, para transportarnos no necesitamos gastar tanto dinero y para mantenernos sanos basta mezclar unos 30 minutos diarios de ejercicio cardiovascular con una alimentación balanceada.


Mi reflexión no se dirige a seres perfectos, sino a humanos comedidos y se inspira en una película que vi hace unos días: Inside Job (ver). En ésta el director ejercita su habilidad policiaca para develar un escándalo que a mi juicio queda bastante bien identificado: una alianza entre Wall Street, banqueros, políticos y académicos motivada en la codicia por implantar un sistema de rentabilidades exponenciales (para unos pocos) que traería como consecuencia una crisis económica sin precedentes en la historia. Por un momento quede desmotivado al ver a Harvard, Columbia o UCLA implicadas, instituciones que tienen como fin fabricar la moral pública. Luego pensé en Paul Feyerabend: la política y el “avance” de la ciencia no son neutrales entre si (ver).


En la película se dan una serie de evidencias de las extrañas motivaciones de los “arquitectos” de la crisis; prostitución, consumo de drogas y poseer cientos de propiedades. No basta con tener un apartamento en el Central Park y una casa en Malibú; necesitan además propiedades en la Florida, en Washington, en Chicago y en las Vegas. No es suficiente un Jet Privado; el codicioso sueña con tener 5 y un helicóptero. La Cocaína es útil para trabajar días sin dormir. Y mientras tanto el riesgo se acumula sobre los trabajadores de Maquilas alrededor del mundo, que en el caso de China ganan escasos 70 dólares al mes.


Ahora, quizás tenga un sesgo economista, pero creo que las diferencias entre los seres humanos están bien justiciadas. Incluso las relacionadas al consumo material. Es difícil demostrar que exista un sistema que mejor motive la búsqueda del potencial humano que el competitivo. Son muchos los escenarios donde la competencia asigna los recursos de una manera más eficiente que cualquier otro sistema. Sin embargo creo que existe un límite entre la desigualdad razonable y la concentración absurda de riqueza. No me cabe en la cabeza que exista diferencia entre ganar 200 millones de dólares al año y 1,000. El consumo entre ambos millonarios no puede ser tan distinto. En cambio, el impacto que se genera entre quienes no tienen nada, por cuenta de 800 millones, es escalofriante.


Tal es el limite el que comprende la diferencia en el individuo vanidoso y el no-individuo codicioso. La estética y el buen gusto sin duda dan cierto sentido a la existencia de la mayoría de nosotros. Es agradable tener un buen carro o un buen abrigo para el invierno. Sin embargo, cuando el lujo se traduce en lujuria, y el magnate convierte la codicia en su única motivación corre el riesgo de ser aislado de la sociedad. Se vuelve dorado e intocable, pero me atrevería a pensar que termina reduciendo sus círculos de afectos cercanos. Pocos quieren convivir con un ser tan primario. Y lo peor, sus acciones traen desdicha para miles de quienes lo rodean.


Mafalda decía que “nadie amasa a una fortuna sin hacer harina a los demás”. Para mi resulta más anacrónica la idea de poner en riesgo todo el sentido de la individualidad por acumular una riqueza que termina por volverse obsoleta.

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