lunes, 6 de enero de 2014

Carta al Alcalde de Bogotá


Señor Alcalde

No le pedí ningún regalo de Navidad porque no soy religioso y por tanto no celebro esa fecha. Prefiero expresarle un deseo de año nuevo, pues aunque esta celebración también se encuentra encriptado en un ritual Católico, tiene un significado que es universalmente relacionado con un nuevo comienzo. Quisiera, junto a miles de ciudadanos del planeta, tener un año mejor.

En la actualidad, y por motivos de estudio, vivo en Holanda. Viajé en Enero de 2013 y pienso estar allá unos años más. Por esta razón algunas personas creen que he perdido la autoridad moral de hablar de Bogotá. Dicen que no la vivo, la sufro o la siento. La verdad, que piensen lo que quieran. No soy un exiliado. Tengo mis motivos personales para estar afuera y no debo explicaciones a nadie. Opino como un ciudadano más quién sufre y celebra los vaivenes de la ciudad.

Han sido pocas semanas en la capital desde mi llegada por motivo de vacaciones de fin de año. Sin embargo, los medios de comunicación virtuales me han logrado mantener actualizado sobre las dinámicas políticas y sociales de la ciudad. Se que Bogotá ha sido catalogada dentro de las metrópolis más costosas del planeta y que se encuentra situada dentro de las que tienen uno de los peores niveles de vida de América Latina. A pesar de que a usted lo han invitado a Harvard y le han dado premios ambientales, la contaminación y la congestión agreden a diario al ciudadano. El Sistema Integrado de Transporte ha mostrado algunos avances, pero aún dista de ofrecer una alternativa de movilidad digna y eficiente para los bogotanos.

De momento no me voy a concentrar en sus logros, pues el motivo de mi carta no es hacerle campaña política. Tampoco voy a juzgar su alcaldía. No me interesa aplaudir sus hazañas ni señalar sus deficiencias. Creo que, como todos los alcaldes, usted ha tenido aciertos y desaciertos. Que sea su equipo de expertos el que haga ese balance para que se tomen buenas decisiones de política pública. Dejo claro, sin embargo, que no creo que usted sea responsable de los males estructurales que agobian la ciudad. Y esto no excusa del todo sus posibles fallas como gobernante, más si le da contexto a su gobierno.  Tiene muchos retos por delante.

Parte de la razón que me llevó a escribir esta carta fue la reciente lectura del trabajo periodístico de Felipe Romero: “El Cartel de La Contratación. La Historia no Revelada”, evento en el que usted se convirtió en protagonista por las denuncias hechas frente a la malversación de recursos públicos bajo el mandato del ex Alcalde Samuel Moreno Rojas. Creo que todos los bogotanos deberían leer este libro no solo para no olvidar, sino para crear conciencia de la posibilidad y la incidencia de la “mafia” extractiva en la ciudad más grande del País. Debo decir que el relato de Romero me deprimió. La indiferencia generalizada me entristece. La generalización del discurso izquierda vs derecha (cuando es claro que el saqueo de la capital fue orquestado desde un frente político ambidiestro) me genera un gran desazón. Mientras que  la ciudadanía se polariza entre comunistas y godos, ellos concentran, extraen, destruyen y se jactan de nuestra estupidez colectiva.

Mi deseo de fin de año, señor Alcalde, es que no abandone su lucha por la democracia de la ciudad. Y no me refiero simplemente a un régimen electoral; hablo de la distribución equitativa del poder político en una sociedad. Mientras no se profundice la democracia es difícil hablar de una ciudad prospera y boyante como muchos lo imaginan. Si algo debemos de aprender de los recientes escándalos de nuestra vida nacional (entre ellos el paralimitarismo y el saqueo de Bogotá) es que es necesario hablar primero de política antes de pensar en proyectos de desarrollo económico. Si no somos explícitos en el debate de cómo nos queremos gobernar o quienes queremos que nos gobiernen, es difícil hablar de la efectividad de una política pública. Mientras el Estado sea para pocos hasta los más sofisticados modelos económicos están condenados al fracaso.

Aplaudo, por ende, su labor de denuncia. Es difícil gobernar para las mayorías cuando una ciudad está políticamente concebida para las minorías. Es imposible, por ejemplo, pensar en un sistema integrado de transporte eficiente cuando los dueños de los operadores de Transmilenio no se quieren integrar (ver). Es imposible pensar en esquemas de recolección de basuras eficientes, pero sobre todo equitativos, justos y ejemplarizantes, cuando algunos de sus grandes empresarios han tenido relaciones abiertas no solo con los grupos que más han violado los derechos humanos en este país (ver, ver y ver), sino con responsables directos del saqueo de Bogotá (ver). Frente a este último punto, Felipe Romero nos recuerda que William Vélez,  dueño de la compañía Aseo Técnico de la Sabana (ATESA) y denominado Rey de las concesiones (ver), fue uno de los más grandes contribuyentes a la campaña de Samuel Moreno Rojas (p. 52).

Nada de esto es secundario. Insisto en que si no se develan los intereses de los actores que dominan la ciudad, es muy difícil pensar en políticas que beneficien a las mayorías.  Le pido, sin embargo, que sea más inteligente en la forma en que emprende su lucha. Sería importante, por ejemplo, que cambie su lenguaje. Para muchos su discurso suena anticuado. Si bien creo que tiene poco de anacrónico hablar de elitismo en un país con un coeficiente Gini de tierras que supera el 0.9, que ostenta el rótulo de uno de las naciones mas inequitativos del planeta, y para el cual existen pruebas fehacientes de cómo las familias que gobiernan tienden a reproducirse y a favorecer el clientelismo en todas las esferas del poder (ver, ver y ver), vivimos en medio de una ciudadanía que le teme a cualquier manifestación (o sensación) de populismo (sobre todo de izquierda).  Sea más inteligente señor Alcalde: utilice su gran capacidad como político para educar a la gente en lugar de asustarla. 

Le pediría también que emprenda su lucha, en lo posible, dentro del marco de la ley y las reglas de juego que nos definen como sociedad. Dejo abierta la posibilidad de desacato no para justificar una conducta anárquica, ni tampoco el uso de la Ley al antojo de cada quién. El sometimiento a la justicia y a nuestros códigos de conducta genera confianza y credibilidad. Sin embargo, dado el elitismo del país es posible pensar que las leyes no siempre sean justas o que, por ejemplo, estén diseñadas para imponer obstáculos para que nuevos grupos accedan poder. Es necesario, por ende, obrar con inteligencia. Concretamente le pediría que siga su lucha por ser restituido a su cargo, en tanto fue una decisión injusta y desmedida. No obstante, le pediría también que se someta a un eventual referendo revocatorio (claro, si éste está debidamente concebida bajo el marco de la Ley), para demostrar a la ciudadanía que esta dispuesto a abandonar la alcaldía  solo si la mayoría de los ciudadanos realmente se lo pide.

Vivimos un momento histórico en Bogotá. Muchos cruzamos los dedos para que el 10 de Enero la ciudadanía le demuestre al Estado que esta cansada de los abusos de poder de las clases dominantes. Usted ha sido gran gestor de esta iniciativa, la cual aplaudo y apoyo con vehemencia pues me niego a pensar que sea normal vivir en una sociedad que segrega las diferencias, que condena la diversidad sexual y que se opone a los derechos sexuales y reproductivos de la mujer. Más del 60% de los bogotanos votan contra los abusos del Procurador (ver), quien representa esta mentalidad retrograda de la que nos queremos librar. Le pediría, por ende, que aproveche esta oportunidad para buscar cambios que trasciendan su ego personal y su revanchismo político. Sea un ejemplo para esta sociedad confundida. Está en juego algo más importante que su alcaldía. En este momento los huecos en las calles, los trancones y las basuras se convierten en problemas de segundo orden. Y no porque no sean todos puntos críticos para conquistar metas de bienestar social. El punto, creo que yo, es que si no cambiamos la forma en que se gobierna este país (ver), difícilmente podremos soñar con una ciudad amigable y favorable para la mayoría de sus habitantes.

Cordial saludo