lunes, 10 de septiembre de 2012

Sobre hechos y mitos de la seguridad


En un reciente debate del programa Hora 20 Caracol (oír), Alfredo Rangel expresó la siguiente opinión: “… no es igual que haya un des escalamiento  y una disminución de la violencia en Colombia como sucedido durante los 8 años de gobierno del presidente Uribe (…) a este momento donde están subiendo esos atentados y se está escalando el conflicto”. Esta frase fue utilizada por el panelista para desprestigiar el proceso de paz que adelante el gobierno nacional, advirtiendo la oleada de violencia que se avecina por una supuesta baja de guardia militar (aun cuando el Presidente ha insistido cese de operativos del ejército y la policía).

Me gustaría aprovechar esta entrada para reflexionar sobre algunas cifras de la violencia política en Colombia durante los años de gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Quisiera con ello constatar o cuestionar si el modelo guerrerista ofertado por 8 años es realmente un esquema alternativo al camino del diálogo con la insurgencia. La pregunta es si la Seguridad Democrática ha sido realmente eficaz en cumplir el objetivo de pacificar el país. Los siguientes párrafos son solo un abrebocas, sin duda insuficiente para dar una respuesta del todo concluyente.  

Gráfica 1. Gasto Militar en Colombia en USD de 2010
Fuente: SIPRI Military Expenditure Database, 2012

La Gráfica 1 muestra el crecimiento Gasto Militar en Colombia durante las últimas dos décadas. Cuando se contrastan estas cifras con la reducción de las acciones de los grupos armados ilegales (desde 2006), del homicidio en el país y de las tasas de desplazamiento (ver Gráfica 2), se vuelve muy atractivo el concluir que las políticas armamentistas son efectivas para reducir la violencia. Y en términos absolutos si lo son; entre 2002 y 2010 las muertes violentas se redujeron en casi 50% y las expulsiones de familias de sus hogares en cerca de 70%. Sin embargo estas cifras no nos dicen mucho sobre el tipo o modelo de paz potencialmente alcanzable.

Gráfica2. Dinámica del Conflicto Armado Colombia 1998-2010
Fuente: Observatorio del Programa Presidencial de DH y DIH, Vicepresidencia de la República y Policía Nacional

Los datos de la Gráfica 3 reflejan, por su parte, algunas características observables del mercado de la hoja de coca en Colombia, o, si se quiere, del primer eslabón de la cadena del narcotráfico en el país. Saltan a la vista algunos resultados interesantes. Por ejemplo, si bien el aumento del gasto militar entre 2002 y 2010 fue de 57%, la disminución de cultivos de este ilícito durante el mismo periodo fue de 37%. Este podría explicarse, sin embargo, por las dificultades crecientes (en términos de costos) inmersas en la erradicación, asociadas a fenómenos como la atomización de las áreas sembradas (menor densidad de área sembrada por hectárea a fin de dificultar la detección).  Debe además tenerse en cuenta que los operativos de la Fuerza Pública no se centran exclusivamente en la erradicación.

Gráfica 3. Datos sobre cultivo y precios de coca en Colombia
Fuente: Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito, UNODC, 2011

La línea roja, sin embargo, permite contar otra historia. Según los censos de la coca reportados por Naciones Unidas, “…El coeficiente de Gini, superior a 0.96, confirma la tendencia a la persistencia de núcleos de cultivos de coca en las mismas zonas durante toda la serie censal (2001-2011)” (UNODC, 2011, pág. 27). Es decir, durante la década que gobernó el ex presidente Uribe, el epicentro de siembra de los narcotraficantes permaneció inalterado en alrededor del 15% del territorio. De hecho las fluctuaciones en precios (línea verde), reflejo de la estabilidad de un mercado, reiteran una situación de poca variabilidad en el tiempo. Después de 8 años de guerra y de una inversión militar importante, el negocio sigue casi intacto.  

A partir de ello vale la pena repensar las cifras de la Gráfica 2. De acuerdo al investigador de la Universidad de Yale, Stathis Kalyvas, “…la violencia selectiva contra la sociedad civil es una estrategia central de todo conflicto armado…” (2000, pág. 27). Esto quiere decir que gran parte de los métodos violentos en una confrontación distan de ser indiscriminados (o no planeados), y que por ende la conquista territorial de un grupo alzado en armas sobre su adversario viene acompañada de una reducción de tasas de criminalidad (además porque el crimen sin fines estratégicos genera una exposición innecesaria a la judialización). Desde tal perspectiva el repunte del desplazamiento forzoso en 2007 podría indicar la conclusión de una campaña de expropiación de tierras a civiles con un propósito definido. Y según lo sugiere un informe oficial del gobierno de principios de 2010, esta meta esta relacionada con el narcotráfico:

“… Si bien en el año 2002 el desplazamiento fue intenso en toda la geografía colombiana, en los últimos tres años se ha trasladado a las zonas periféricas y de frontera con una alta presencia de cultivos ilícitos (…) A su vez, las autodefensas ilegales consolidaban su presencia a través de masacres, homicidios selectivos, desapariciones forzadas y otras acciones intimidatorias que buscaban imponer un control social sobre poblaciones de influencia guerrillera y ubicadas en zonas de cultivos ilícitos y corredores estratégicos, particularmente en el norte, centro y oriente del país…” (Acción Social, 2010, pág. 3)

De lo anterior surgen, a mi juicio, dos posibles hipótesis. La primera, y más optimista, es que el gasto militar ha sido eficiente en combatir la violencia de la insurgencia y el terrorismo, pero insuficiente para que el ejército colombiano pueda contener de manera efectiva las finanzas de los criminales. La segunda es que ha habido una complicidad sistemática entre el gobierno y los narcotraficantes para proteger los cultivos de la mafia. Bajo esta óptica los homicidios se redujeron como producto de la conquista territorial de los señores de la guerra y el desplazamiento forzoso ha sido utilizado como una estrategia de conquista geográfica sobre corredores estratégicos de la coca. Para constatarlo habría que seguir revisando la evidencia judicial de la Parapolítica, la cual incluye la firma de acuerdos ilegales entre políticos y paramilitares (ver sobre el Pacto de Ralito) para cooptar gobiernos municipales y departamentales.

Sea cual sea la respuesta, la conclusión es que el modelo guerrerista que nos ofreció el presidente Uribe implica una paz a medias. En el escenario optimista, porque el gasto militar excesivo fue insuficiente para cumplir la meta de la pacificación absoluta del país. En el más pesimista, porque implica una pacificación alejada de la democracia y alineada con los intereses tácitos del narcotráfico. En últimas no tenemos un buen ejemplo de una alternativa palpable al diálogo. Y si bien siguen habiendo muchas razones para ser escépticos y para continuar el debate frente a como dar fin al conflicto armado en Colombia, es importante descartar viejos sofismas, como el de la seguridad, para así poder dilucidar con más claridad el horizonte.  

Referencias

Acción Social. (2010). Desplazamiento forzado en Colombia. Bogotá: Agencia Presidencial para la Acción Social y la Cooperación Internacional.

Stathis, K. N. (2000). The logic of violence in Civil War. New York: Department of Politics, New York University.

UNODC. (2011). Censos de Cultivo de Coca. Bogotá: Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.


viernes, 6 de julio de 2012

Lo realmente preocupante



Desde los primeros cursos de micro economía que tomé, mis profesores fueron reiterativos en dos cosas: 1) las personas responden a incentivos y 2) los incentivos son creados por las reglas de juego. Con el devenir de los años, y a medida que me “especializaba”, dos conceptos tan sencillos y concretos empezaron a complicarse de manera innecesaria;  hoy hablo de instituciones, conductas, gobernabilidad, pero en principio es lo mismo.

Traigo esto a colación, porque hasta el momento he oído muchas opiniones sobre la archivada Reforma a la Justicia. Las dos principales, quizás, son ¿cómo es posible que el presidente de la Cámara o el mismo Ministro de Justicia no lean antes de votar? y ¿por qué toleramos que los representantes del pueblo legislen en favor de sus intereses? Al parecer, y en medio de un país impregnado de parapolítica, desfalcos, clientelismo, fraudes electorales y compras de reelecciones presidenciales, seguimos impresionándonos por exactamente las mismas cosas.

Mi sensación, sin embargo, es que nadie se ha preguntado algo esencial: ¿Cómo es posible que unos cuantos, el Comité de Conciliación, hayan podido transgredir acuerdos hechos luego meses de debate en tan solo una noche? Acá la cuestión no es si los políticos tienen moral o no; basta revisar las listas de implicados para encontrar caras reconocidas con antecedentes éticos similares en otros contextos de decisión. Lo realmente preocupante es que tengamos instituciones tan débiles que permitan tales atentados contra la democracia (otra palabra compleja). Los políticos, finalmente, responden a incentivos y si las reglas de juego lo permiten muchos obrarán en favor de sus intereses particulares.  

Por estos días tuve la fortuna de asistir a una charla de expertos en la materia. Esperé pacientemente la disertación del invitado para ver si espontáneamente respondía mi preocupación.  Al ver que la discusión giraba en torno a muchos temas que a mi juicio fallaban en explicar la esencia del problema pregunté: ¿cuál es la labor del Comité de Conciliación? ¿quiénes lo componen? ¿en que momentos aplica? Y sin mayor detalle recibí una respuesta tajante: “… esta es una lección aprendida, el Comité no está bien reglamentado”. A pesar de la indignación que ello pueda causar confieso que sentí cierto alivio al comprobar que mi profesor de micro economía sabía de lo que hablaba: fallaron los incentivos.

Hoy el país aplaude la valentía de Juan Manuel Santos. Yo debo disentir; o la regulación del Comité es ridículamente precaria, o el Congreso y el Gobierno nos han dicho mentiras por mucho tiempo. Es una canallada. Y lo peor… mientras él se ufana de haber salvado al país del monstruo de la reforma, se crea un pésimo precedente para nuestra democracia; la voz del pueblo, por endeble que sea, puede ser acallada por el pulso de un presidente (nada contrario al legado de Uribe). En lo personal prefiero un gran error, a ver si aprendemos, que violar estamentos constitucionales, a ver si olvidamos. Recordemos que estamos hablando de nuestras reglas de juego.

Cierro con una frase del gran libro de Daron Acemoglu y James Robinson, ¿Por qué las Naciones Fallan? Los orígenes del poder, prosperidad y pobreza.:

“… las instituciones en Colombia no generan incentivos a los políticos para que estos suministren servicios públicos, ley o orden en gran parte del país y no les pone suficientes restricciones para evitar que entren en pactos implícitos o explícitos con criminales” [Traducción propia]

jueves, 8 de marzo de 2012

Sobre el Día Internacional de la Mujer


Quiero aprovechar la celebración del Día Internacional de la Mujer para compartir una reflexión que considero pertinente para la ocasión. En los últimos meses he tenido la oportunidad de conocer un poco más a fondo el debate frente a la lucha por la equidad de género, tema que sacó a relucir mi completa ignorancia frente a un movimiento que todo pensador liberal debería aplaudir, admirar e incluso apoyar. Me refiero a la lucha feminista[1].

Para muchos, e incluso para muchas, el feminismo es radical, indeseable e inoportuno. Recuerdo una columna del diario El Tiempo que leí hace unos años (ver), en donde Eduardo Escobar criticaba el fenómeno de la liberación femenina por haberse limitado “…a doblar los envilecidos comportamientos masculinos, borracheras, ambición, corrupción administrativa, promiscuidad y el derecho a soltar ajos”. Confieso que en ese momento llegué a simpatizar con el comentario. Hoy, por el contrario, creo que es ruin, ignorante y malintencionado.

La confusión, a mi modo de ver, radica en la falta de claridad frente a dos términos importantes: sexo y género. El primero hace alusión a la definición biológica del ser: el macho tiene pene y la hembra tiene vagina. El segundo, por su parte, describe la forma en la que machos y hembras se relacionan entre si y frente a su entorno. Es decir, los términos hombre y mujer son identidades sociales que transcienden el status dictaminado por la biología. Un travesti, por ejemplo, es macho en términos sexuales, pero puede sentirse, ser y reconocerse socialmente como una mujer.

Lo anterior tiene múltiples implicaciones. Llamo la atención de una de ellas: el machismo y el feminismo no son términos opuestos, en tanto se cometería una falacia conceptual al comparar una definición sexual con la de un status social (ver acá un buen ejemplo de la constatación de dicha confusión). Quizás lo que muchos temen es el extremo de la postura hembrista, que al igual que el sesgo machista, proclamaría la superioridad biológica de la hembra. Así no se define, sin embargo, la causa feminista; según Susana Martínez Simancas “… el feminismo es un movimiento social y una teoría política que pone de manifiesto la situación de desigualdad y de discriminación hacia las mujeres en sociedades que se han construido conforme a un sistema al que se denomina patriarcado”.

Y su reclamación no es inoportuna. De acuerdo al DANE (ver), en Colombia, “… Las mujeres trabajan diez horas más que los hombres, pero reciben 20 por ciento menos de salario”. Las cifras nacionales también registran situaciones de violencia intolerables (ver), rezagos importantes en cuanto a la participación femenina en las esferas del poder (ver) e incluso la vigencia de una cultura machista capaz de justificar con indolencias actos atroces como el maltrato sexual (ver). Me pregunto entonces, ¿por qué nos inquietamos cuando reclaman igualdad en derechos y oportunidades? Ellas no pregonan superioridad, sino tolerancia frente a las diferencias. En lo personal, las aplaudo y las respeto y celebro, por ende, con entusiasmo su día.



[1] Retomo en este texto algunas ideas compartidas por Nancy Prada (ver HV), profesora de la Universidad Nacional y activista intelectual de la reivindicación de los derechos de la mujer. Aprovecho también su lectura de la filosofía feminista, su revisión bibliográfica del tema y las gratas conversaciones sostenidas con ella.

lunes, 20 de febrero de 2012

Sobre Economía Política

Según Ferreira (2001) “… para poder comprender la naturaleza de los resultados económicos que observamos, necesitamos primero entender la forma en la cual se distribuye el poder político [en la sociedad]”. Desde esta perspectiva, es importante valorar no solo la consistencia de los mecanismos económicos de distribución, por ejemplo el libre mercado o la planificación central, sino las motivaciones intrínsecas de quienes lideran las dinámicas sociales. Es poco útil plantear, por ejemplo, que la educación genera capital humano, productividad y crecimiento económico; la pregunta relevante es bajo qué circunstancias la educación induce el crecimiento de la economía.

Un ejemplo clásico para dar soporte a esta idea es la aseveración de Amartya Sen, según quien “… nunca ha habido hambrunas en las democracias pluripartidistas que funcionan” (Sen, 1999). La intuición teórica detrás de dicho argumento descansa, precisamente, en la existencia de contrapesos a las clases dominantes; la circulación de medios de comunicación expectantes y la posibilidad de competencia electoral hacen que los gobernantes se vean obligados a atender las necesidades básicas de sus votantes, en tanto no hacerlo podría implicar que su partido pierda influencia directa sobre gobiernos locales y/o nacionales. Ello podría explicar, por ejemplo, porque en Colombia los municipios con mayores indicadores de institucionalidad democrática tienden a ser aquellos que luchan más efectivamente contra la mortalidad infantil (ver gráfico).


Fuente: DNP y Transparencia por Colombia. El índice de Transparencia se encuentra en un rango de 0 a 100, creciente en el grado de fortaleza democrática (o bajo riesgo de corrupción). Los cálculos fueron hechos por el autor.


En términos de políticas públicas, la implicación de una visión institucional se traduce, por ejemplo en emprender esfuerzos por generar competencia electoral a fin de aumentar los costos de oportunidad de la negligencia política. Son múltiples los estudios que denuncian el limitado impacto de los programas sociales más importantes del gobierno (ver), situación, que a mi juicio, es resultado de los bajos incentivos a su optima implementación. Prueba de ello es un estudio reciente (Rubiano, 2011) que concluye que las ejecuciones presupuestales y la recolección de impuestos en gran parte de los municipios del país obedecen a ciclos de negocios políticos; en épocas pre-electorales hay mayor inversión y menor recaudo tributario, mientras que una vez finalizadas las jornadas de elección, se invierte el uso de ambas herramientas para no extralimitar los niveles legales de gasto público.

El estudio de la economía política es entonces una condición Sine qua non para poder hacer predicciones económicas acertadas y anticipar más claramente los resultados de la implementación de políticas sociales. Ésta incluso nos permite entender que el mercado político es un mecanismo aun más eficiente que el mercado de factores para distribuir los recursos escasos de una sociedad. Y he ahí el gran poder de la democracia. No existen dictadores benevolentes sino interacciones sociales entre políticos motivados por acumular votos. Es por ende necesario alentar la competencia electoral. Pero no me refiero al falso pluripartidismo vigente, que según Acemoglu & Robinson (2006) solo refleja la persistencia del elitismo político nacional. Hablo de verdaderas reformas que motiven a los gobernantes a atender las necesidades de sus electores para poder acceder al poder. De no hacerlo, seguiremos botando la plata.

Referencias

Ferreira, H. (2001). Education for the Masses? The Interaction between Wealth, Educational and Political Inequalities. Economics of Transition , 9 (2), 533-552.

Acemoglu, & Robinson. (2006). Persistence of Power, Elites and Institutions. NBER Working Paper No. 12108.

Sen, A. (1999). Development as freedom. New York: Alfred A Knopf INC.

Rubiano, N. (2011). Political business ciclye and size of towns: Colombia 1989-2008. Revista de Economía Institucional, 13 (25), 105-136.


viernes, 6 de enero de 2012

Sin memoria no hay paz

El título de esta entrada replica el mensaje impregnado en la obra de María Victoria Llorente y Malcolm Deas Reconocer la Guerra para Construir la Paz. El más reciente libro de Eduardo Pizarro Leongómez Las FARC (1949-2011): De Guerrilla campesina a máquina de Guerra hace un esfuerzo por resaltar dicha consigna. Sirve de analogía el pensar en un padre que da mal ejemplo a su hijo y luego lo juzga vehementemente por su devenir delincuencial; exigir la desmovilización de las FARC-EP sin reconocer los motores de su creación no es solo nocivo para la paz, sino es inmoral, injusto y falaz.


Pizarro hace un recorrido histórico y detallado por las luchas campesinas que se libraban en el país durante la mitad del siglo XX. En aquella época, la hegemonía conservadora auspició excesos por parte de los líderes políticos del momento[1], Mariano Ospina Pérez (1946-1950) y Laureano Gómez (1950-1953), como el cierre del Congreso de la República (coartación a la democracia) y la persecución “Chulavita” a los líderes liberales. Fue una época violenta: el historiador David Bushnell habla de la muerte de entre 100.000 y 200.000 mil colombianos.


Esta fue la cuna tardía de la resistencia campesina y de la guerra contemporánea. Según Pizarro: “… ante la incapacidad del partido liberal para contener la violencia conservadora mediante la resistencia civil, en forma espontanea y en múltiples regiones a la vez se da paso a la resistencia armada campesina”. Vendría luego la mal llamada pacificación del gobierno militar del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1958), donde se continúan restringiendo libertades políticas (el partido Comunista Colombiano se ilegaliza en 1954), y se da paso a la agudización de la guerra como consecuencia del abandono a las dinámicas rurales por parte del Frente Nacional.


El libro hace también una exposición documentada de los conflictos existentes entre guerrillas liberales y comunistas, y como a pesar de sangrientos enfrentamientos las segundas se alimentaron de grupos de militantes de las primeras luego de sentirse traicionadas por sus dirigentes al momento de haber sido invitados a la coalición gobernante. En este punto, Pizarro es enfático en condenar la irresponsabilidad del Partido Comunista y su combinación de formas de lucha (legales e ilegales), en tanto lo convirtió en un foco de persecución política con consecuencias nefastas para todo el campesinado (pues la injerencia macartista le dificultaba al gobierno el distinguir entre liberales y comunistas):


“… la ola de asesinatos que vivió el país en estos años (década del 60) no solo afectó a los líderes campesinos o de la oposición política sino que, incluso, como ya había ocurrido bajo Rojas y la Junta Militar, muchos guerrilleros liberales amnistiados comenzaron a ser sistemáticamente dados de baja por la fuerza pública (…) Esta oleada criminal coincidió con un auge importante de luchas campesinas y con la emergencia de ligas y sindicatos agrarios, a los cuales se habían vinculado muchos antiguos guerrilleros del Tolima ”


El nacimiento de las FARC hizo parte de este contexto. El simbolismo histórico del bombardeo a la República Independiente de Marquetalia es tan solo un pretexto para magnificar un momento, en tanto el origen del movimiento armado hace parte de una dinámica histórica mucho más profunda. Fue la represión y la violencia estatal las cuales dieron pretexto a los comunistas y a algunos campesinos liberales (como el caso de Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez) para organizarse. Influyó la revolución cubana, y también la oleada revolucionario del continente. Pero tales legados fueron marginales en contraste al de la violencia y represión política de comienzos y mediados de siglo. Así lo narra Pizarro:


“… Es indudable, si nos atenemos a los testimonies de antiguos lideres guerrilleros liberales, que en los núcleos sobrevinientes de estas guerrillas existía una enorme frustración, que se expresó en el ingreso masivo de sus miembros a la corriente opositora al Frente Nacional representada por el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y, en algunos casos, a las guerrillas revolucionarias que nacen en este periodo. El mapa de la vieja violencia y el mapa de la nueva no tuvieron, al menos en sus inicios, diferencias sustanciales…”


a lo cual agrega:


“… La emergencia temprana de núcleos armados rurales-una década antes de la revolución cubana-, es una de las explicaciones del éxito que tuvo la guerrilla en Colombia para echar raíces, en contraste con otras naciones del continente en donde esta modalidad de acción era ajena a su tradición y fue rápidamente aniquilada…”


Ahora, no es objetivo de esta entrada justificar o no la legitimidad del grupo guerrillero. Tampoco se discute su degeneración ni tampoco se desconoce el inmenso daño que le ha hecho al país. La reseña al texto de Pizarro tampoco pretende mitificar el movimiento campesino ni presentarlo como un ejemplo a seguir. Es claro, sin embargo, que el origen de la violencia contemporánea que vive el país tiene raíces profundas en conflictos agrarios no resueltos así como, en gran parte, en la negligencia u omisión de la clase dirigente colombiana.


Lo anterior tiene una inmensa implicación política y incluso sociológica para la paz. De un lado, las desigualdades estructurales que vive el país seguirán siendo un pretexto importante para la violencia rural. Pero más aún, el apoyo popular a iniciativas a-históricas como “No más FARC” sin ofrecer una compensación a los campesinos por el daño histórico del Estado refuerza contextos como los que en algún momento catalizaron la violencia. Entre ellos, la representación generadora de resentimiento y desilusión del Frente Nacional: un grupo de privilegiados que exige la paz pero que está poco dispuesto a dar algo a cambio.


La vanidad humana de pensar que se vive en un momento histórico tangencial es un vicio con consecuencias nefastas para la construcción de estructuras sociales sólidas. No caigamos en ese mismo error. La paz exige memoria.



[1] Con este aparte no pretende atribuirse a lo conservadores la totalidad de la culpa de la guerra que vive el país. Como lo recuerda el historiador David Bushnell, la hegemonía liberal de la primera mitad del sigo XX también utilizó prácticas represivas. En este caso “…hubo estallidos de violencia por las mismas razones: solamente que esta vez se trataba de conservadores quienes salían a cobrar las viejas deudas y ofensas que habían acumulado durante los años de predominio liberal… ”