domingo, 30 de noviembre de 2014

Se fue un grande Roy Bhaskar

Han pasado ya unos días desde la muerte de Roy Bhaskar. Su nombre fue poco conocido en este rincón del planeta. En lo personal, creo que fue un gran pensador. Y aunque conocí su obra por pura casualidad, me siento privilegiado de haberlo leído, pues sus reflexiones han logrado inspirar cambios importantes en mi forma de ver y vivir el mundo. Quisiera por ello dedicar unas líneas para contarles un poco sobre su legado.

Roy, como amigablemente lo llamaré, fue un estudiante rebelde. Desde sus días en Oxford (60’s, 70’s) se preguntaba sobre el sentido de todo, incluido lo que aprendía en las aulas de clase en la  Balliol College de Economía, Filosofía y Política. Hijo de un médico hindú y una enfermera inglesa, Roy mostró siempre una inquietud por la injusticia social. En una entrevista biográfica publicada en 2010, narra como en sus viajes de niñez a India le impactaba de sobremanera la pobreza urbana.  Al ver tanta gente durmiendo en las calles se preguntaba ‘¿por qué estas personas no gozan de los mismos privilegios y derechos que mi familia?’ Pasado los años llegó incluso a cuestionar fuertemente a sus padres por la forma en que estos desaprobaban su amistad con niños hijos de personas que consideraban no dignas de su nivel social.

Su rebeldía en la academia se convirtió en una barrera que le impidió obtener su título doctoral. De hecho, su tesis nunca fue aprobada. A pesar de comprender y replicar a la perfección los modelos matemáticos dominantes, y ser invitado por importantes académicos de la época a trabajar en economía aplicada para hacer estimaciones costo-beneficio, Roy sentía cierta insatisfacción con la forma en que se estaba ejecutando lo que muchos llamaban ciencia.  En otro fragmento de la misma entrevista narra como en una noche de Octubre de 1964 la Universidad de Oxford presencia una reunión clandestina entre el nuevo Primer Ministro Inglés, Harold Wilson –estudiante graduado con honores de la misma Universidad-, y su economista estrella, Tommy Balogh, para decidir que no habría devaluación de la libra esterlina ese año. Esta determinación unilateral, aprobada y incluso aplaudida por el economista en jefe del tesoro nacional Nicholas Kaldor, explicaría parte del declive del Estado de Bienestar británico en los años subsecuentes. Desde luego, comenta Roy, esta era una medida políticamente (y teóricamente) incuestionable. 

No obstante, su desconcierto no se expresaba exclusivamente sobre la labor de los economistas. Para Roy, los analistas políticos carecían de argumentos teóricos y los filósofos estaban encasillados en abstracciones con poco valor intrínseco. Aunque aceptó que disfrutaba de las trivias mentales del estilo “¿existe esta mesa?”, “¿tenemos dos manos?”, no veía cómo estas le hablaban (al menos de manera directa) a la sociedad o a la lucha contra la desigualdad y la pobreza.  Sin embargo, nunca desconoció la virtud de la filosofía. De hecho, terminó optando por perseguir un título doctoral fundamentado en una crítica filosófica a las vertientes económicas dominantes de su época. Y es que a pesar de que creía que la mayor parte de los problemas del mundo eran económicos, Roy dudaba del status científico del análisis económico. Para él, episodios como el de la noche Octubre en Oxford – que diría yo, no distan mucho de la forma en que seguimos haciendo política económica en nuestros países - eran tan solo una manifestación de ese problema. La falta de filosofía en la teoría económica, aduciría, podría dar paso a que cualquier argumento “teórico” pudiese contar con legitimidad científica.

Al día de hoy, la extensa obra de Roy Bhaskar se vislumbra como una alternativa interesante ante las múltiples esquizofrenias de la academia contemporánea. Su obsesión por la coherencia entre el decir y el hacer lo llevó a unificar una reflexión fragmentada en la obra de múltiples pensadores para proponer un nuevo paradigma científico: El Realismo Crítico.  Sus escritos nos enseñan a no creer completamente en lo que vemos, pues no solo la percepción esta limitada por nuestros prejuicios y capacidades cognitivas, sino incluso puede ser maquillada por quienes tienen motivaciones para presentarnos sus propias versiones de la realidad. Pese a ello, y contrario a muchos movimientos postmodernistas que lograron banalización del saber, nos llenó de argumentos trascendentales que dan cuenta de la existencia de una estructura común a todos, que nos hace reflexionar sobre cosas similares y nos permite observar algunas tendencias (mas no regularidades) en el mundo. Y de ahí su definición del fin conocimiento científico como un proyecto humano emancipador que nos permitan identificar esas fuerzas que dominan y constriñen nuestras libertades individuales y colectivas esenciales.

¿Y todo esto porque cambió mi vida? Bueno, desde lo académico aprendí que es necesario trascender la percepción. Robando expresiones de un amigo, a veces nos obsesionamos por las técnicas de medición -usar un cañón para matar una mosca- y poco dedicamos a la reflexión del qué y para qué estamos buscando. Creo, por ejemplo, que publicar documentos científicos no es malo, pero banalizar la búsqueda del saber por enaltecer la estética si que es cuestionable. En lo profesional he aprendido a entender mi posición en el mundo (la estructura) y a tratar de comportarme acorde a ella. Sin embargo, también he comprendido que si me limito a reproducir, y nunca a cuestionar, pierdo mi poder ético y humano de ser un agente de cambio. Y finalmente como persona he aprendido a juzgar menos por las apariencias, y hacer un mayor esfuerzo por entender las motivaciones de los demás. La empatía, en últimas, es una virtud que comúnmente menospreciamos, pero que es quizás aquella que más nos distingue de las bestias.  




domingo, 9 de noviembre de 2014

Ser de derecha; ser de izquierda

La reciente polémica sobre las llamadas Viviendas de Interés Social VIP ha desatado todo tipo de opiniones y (des)encantos. Este es un tema que, como muchos que plantea Gustavo Petro, logran desenterrar las pasiones viscerales de la gente. Hay quienes sostienen incluso – y, pienso yo, encarnando su propia pasión – que el anterior es tan solo un discurso de la alcaldía de Bogotá para “provocar una pelea entre ricos y pobres” (ver). Llevado a un espectro político, alguien diría que queda un evidencia un nuevo enfrentamiento entre la derecha y la izquierda de la ciudad.

Aprovecho este contexto para hacer una reflexión sobre dos conceptos que rigen gran parte nuestra vida democrática, pero que son un foco poco privilegiado de nuestras conversaciones políticas. Me preguntaría: ¿Qué es ser de derecha?¿Qué es ser de izquierda? ¿Existe una clara distinción entre ambos posiciones del espectro ideológico? Estos parecen ser interrogantes necesarios y vigentes, sobre todo para quienes vivimos en sociedades tan polarizadas (ver, por ejemplo, acá, acá y acá). Y es que en ocasiones las diferencias son irreconciliables, al punto que las discusiones sobre política terminan reducidas a alusiones torpes y anacrónicas del tipo Fascista!, Comunista!, Nazi!, Capitalista!, Paramilitar!, Guerrillero!

Empiezo por preguntarme: ¿Será un tema de tipo de gobierno? ¿La distinción se circunscribe a un modelo económico? Desde luego diferentes regímenes políticos se identifican con ideologías particulares. Sin embargo, las experiencias alrededor del mundo muestran que estas dimensiones no resuelven del todo nuestros interrogantes. Por ejemplo, los miembros del Partido Republicano en Estados Unidos tienden a se identificados como políticos de derecha, al tiempo que defienden principios de libertad de mercado propios de una tradición de la economía clásica liberal (una izquierda moderada). Similar es el caso del conservatismo colombiano o el gobierno de Evo Morales en Bolivia, que si bien se rigen por visiones encontradas sobre el capitalismo, ambos han mostrado imponer obstáculos a los derechos de comunidades LGBTI. Visto así, parecería que se puede tender a la derecha en lo político y a la izquierda en lo económico (y vice-versa).

Las intenciones de un gobierno – al menos desde su discurso- no parecen ser tampoco un factor distintivo entre un régimen de izquierda y uno de derecha. Por ejemplo, A. Hitler escribía que "el deber de la política es el de llevar a cabo la lucha de la gente por sobrevivir". Por su parte, J. Stalin, se preguntaba cómo "debe organizarse [una sociedad] (…) si se toman en cuentas los intereses de la mayoría". Es decir, ambos líderes, equivocados o no, y al menos en teoría, sustentaron su ideología política en la búsqueda de la prosperidad de su respectiva nación. En últimas, ambas agendas (tanto de derecha como de izquierda) incluyen visiones particulares del progreso, la justicia y del bien común.

En medio de tal confusión, una fuente interesante para (empezar a ) resolver la disyuntiva es el libro Norberto Bobbio -Derecha e Izquierda- el cual presenta una indagación histórica sobre el tema. Su recorrido se ve iluminado, en particular, por los escritos de Nietzche y Rousseau, quienes, a su juicio, enarcan la máxima expresión de cada postura (respectivamente). A partir de ello, concluye Bobbio, desde la derecha "los hombres son por naturaleza desiguales (…) y sólo la sociedad con su moral de rebaño, con su religión de compasión y resignación, los ha convertido en iguales". Por su parte, desde la izquierda "los hombres han nacido iguales, pero la sociedad (…) que se sobrepone lentamente al estado de la naturaleza a través del desarrollo de las artes, los ha convertido en desiguales". Es decir:

"La derecha está más dispuesta a aceptar lo que es natural, y aquella segunda naturaleza que es la costumbre, la tradición, la fuerza del pasado. El artificialismo de la izquierda no se rinde ni siquiera frente a las patentes desigualdades naturales, las que no se pueden atribuir a la sociedad: piénsese en la liberación de los locos del manicomio. Al lado de la naturaleza madrastra está también la sociedad madrastra. Pero desde la izquierda se tiende generalmente a considerar que el hombre es capaz de corregir tanto la una como la otra"

Lo anterior contribuye a dar claridad a preguntas relacionadas a la composición política de nuestras sociedades. Desde tal óptica es apenas previsible, por ejemplo, que las personas adineradas tiendan a ser de derecha, por tanto, tienen incentivos claros de legitimar su posición social a partir de una noción de lo que es naturalmente justo (ej. el mundo es así!!). Lo anterior puede también entenderse desde la visión de quién ha nacido en ambientes donde el esfuerzo tiene tasas de retorno y, por tanto, donde es posible pensar que el mérito y las capacidades personales son en si los mayores catalizadores de la movilidad social.  La izquierda, por su parte, parecería concentrarse entre individuos y grupos sociales con escenarios de vida adversos y llenos de frustración.

Lo anterior, no obstante, implicaría naturalizar la conciencia de la gente. Sin embargo, a pesar de que tal descripción puede ser válida en contextos como el latinoamericano, es fácilmente desafiada por la experiencia de países europeos donde los pensamientos de derecha e izquierda están equilibrados bajo el amparo de otras fuerzas sociales. Y visto así, aprovecharía para decir que me declaro abiertamente de izquierda. Soy de izquierda, pero no porque crea en la superioridad incuestionable de lo público, subvalore el emprendimiento y la creatividad como grandes oportunidades que abren espacios como el libre mercado, ni mucho menos porque justifique ningún tipo de lucha armada. Soy de izquierda porque creo profundamente que el ser humano es capaz de sentir, de reflexionar, de repensarse, de compadecer la tragedia y de aplaudir el merito. Soy de izquierda porque creo que es necesario huir del cruel y desesperanzador destino al que nos sentencia la idea de que existe un orden natural de las cosas.