domingo, 7 de agosto de 2011

La Ciencia del Desarrollo

Según Abhijit Banrjee y Esther Duflo, ambos del Instituto de Tecnología de Massachusets (MIT), la lucha contra la pobreza debe ser sistemática y evaluable, así como estar menos expuesta a sesgos ideológicos. Bajo tal consigna presentan su libro Poor Economics, el cual resume años de investigación en la medición del impacto de políticas contra la pobreza, en su mayoría en el mundo en desarrollo.


Ahora, es cierto que toda praxis tiene tras de ella una ideología. A fin de cuentas una teoría es el resultado de una doctrina ideológica; todo hallazgo científico tiene tras de si un supuesto de partida que proviene (en menor o mayor medida) de algún precepto moral en particular. Habría que aceptar, sin embargo, que algunas ideologías son más robustas que otras (frente a su consistencia científica), premisa sin cual nos hundiríamos en un debate circular que objetaría el desarrollo mismo de la ciencia.


Aclaro lo anterior, pues no se me ocurre una ideología más robusta que la estadística. Desde luego, no toda estadística está bien modelada (e incluso no manipulada). Sin embargo, los métodos de Abhijit y Duflo son de los más robustos del campo: las técnicas de evaluación de impacto requieren de pocos supuestos para encontrar relaciones causales entre variables. Bueno, puede ser un punto de vista, aunque tiene tras de si un sólido fundamento teórico.


Quisiera aprovechar dicho contexto para hacer algunas reflexiones sobre un tema relevante: la educación. Usando observaciones empíricas, los autores muestran conclusiones asombrosas, y en ocasiones poco intuitivas. Por ejemplo, lo que explica las abrumadoras diferencias en la calidad de la enseñanza de colegios públicos y privados en India o Ecuador es que en las instituciones oficiales los profesores pasan menos tiempo haciendo su labor (tienen menos incentivos para asistir al salón de clase). El elitismo también hace parte de los sistemas educativos en desarrollo: currículos distintos e incluso (sobre todo en India) un trato diferencial de profesores hacia alumnos ricos y pobres (lo cual trae como consecuencia que, anticipando tal fenómeno, los alumnos de menores recursos se desmotiven, estudien menos, aprendan menos y se agudicen las brechas).


Para el caso puntual de Colombia se presentan también algunos resultados interesantes. Uno bastante relevante proviene de evaluar iniciativas de subsidios condicionados para la educación básica en Bogotá, donde investigadores del Banco Mundial encuentran que en hogares que reciben dicho beneficio (por medio de una lotería) para solo uno de sus miembros (habiendo dos o más posibles beneficiarios), el (o los) no beneficiado(s) tienen menos probabilidad de entrar a un colegio que niño(a)s de hogares (de características sociales similares) no receptores del auxilio estatal. En otras palabras, dar plata a una familia de escasos recursos no garantiza un impacto positivo sobre su demanda por escolaridad.


El capítulo concluye con la necesidad de cambiar las recetas de política. Los autores señalan que algunas estrategias de bajo costo, como por ejemplo informar a los padres que si envían a sus hijos al colegio cada año de educación podría representarles (en promedio) un aumento salarial esperado del 100% (basado en los salarios recibidos de quienes si asistieron al salón de clase), son considerablemente más eficaces que invertir en subsidios escolares. Ahora, no quisiera ser demasiado optimista. Pero me mantengo en mi postura inicial; sería necesario que alguien utilizara rigurosidad académica (y no ideología empíricamente poco fundamentada) para objetar tales resultados. Todo es en beneficio del avance de la ciencia, pero, sobre todo, de los más necesitados.


Termino citando el extracto de una crítica a un libro diferente, pero cuyo sentido reitera la importancia del debate científico:


Los no economistas se sorprenderán, y los economistas que defiendan los conceptos tradicionales de la economía encontrarán sosiego. Y tengo la impresión de que este libro también podría servir a aquellos académicos que objetan la “economía vulgar” y derivan sus ideas únicamente de renombrados economistas clásicos pretendidamente impolutos. A ellos, esta obra les da la posibilidad de encarar un desafío: tomar alguna de (sus) proposiciones (…) y procurar refutarla. Si no lo logran, conviene relajarse y disfrutar de haber encontrado una explicación interesante, aunque provenga de una ideología diferente. Y si lo logran, lo mejor es hacerlo saber, porque es así como avanza la ciencia.

Pablo J. Mira, Revista de Economía Institucional, Vol. 12, Número 23, 2010