viernes, 27 de mayo de 2011

“Racionales” pero Mezquinos

El Teorema del Votante Mediano es una de las herramientas de análisis básicas de la Teoría de la Elección Pública. Una de sus predicciones es que en regímenes bipartidistas de votación los políticos tienden a situarse en puntos similares del espectro electoral: la preferencia del votante de toda la mitad (es decir, tienden a parecerse mucho). Al repasar una simple ilustración numérica la conclusión se vuelve apremiante; ésta es una conducta racional, en tanto no hacerlo implicaría perder la elección. A fin de cuentas, la racionalidad del político es maximizar su probabilidad de ganar una contienda electoral.

Esta puede ser una forma de comprender la aceptación de los agasajos del uribismo por parte de Enrique Peñalosa, e incluso de Lucho Garzón: el “cálculo” racional (aunque no tengamos un régimen bipartidista, la última campaña presidencial podría anunciar un oligopolio de las votaciones nacionales en dos partidos: La U y el Partido Verde). En medio de una sociedad con claras preferencias pro-uribistas, lo sensato parecería no darle la espalda a esa gran mayoría. Algunos dicen que de nada valen las buenas intenciones sino se cuenta con el poder de ejecutarlas y bajo tal consigna aplauden la coalición. Son todos unos mezquinos.

Tras una entrevista que concedieron Sergio Fajardo y Antanas Mockus a Caracol Radio (oír) muchas cosas quedaron claras. El primero está cansado del desgaste del Partido Verde en lo que considera un tema exclusivamente bogotano. El segundo, por su parte, expresa la gran inconveniencia para la colectividad de no dar a tal debate la trascendencia pertinente: están en riesgo los estamentos fundacionales del movimiento que, así hubiese sido por un instante, trajo consigo un mensaje de renovación, progresista.

Ahora, ingenuos también seríamos si pensáramos que Antanas Mockus no tenga intenciones o “celos” electorales. Es normal; él se transformó en político y el político busca ser elegido. En todo caso, su discurso de disidencia es mucho más coherente que el de sus copartidarios mezquinos (de los cuales, valga la aclaración, no incluyo a Fajardo). Puede que el ex alcalde de Medellín tenga razón: no todos los uribistas son corruptos. Pero sí se debe tener cierta flexibilidad moral para autodenominarse defensores de las ideas (y/o medios) del uribismo, las cuales, no solo por obra de la semántica de sus opositores, sino incluso por jurisprudencia de diferentes entes judiciales, tienen en la cárcel a varios de sus ejecutores. Unirse a un movimiento de tal precedencia puede no implicar (al menos de entrada) ilegalidad. Pero definitivamente viola principios verdes.

Y por ello me gustaría transmitir algunos mensajes. A Mockus, que apoyo plenamente su posición. El fin no justifica los medios. A Fajardo, que aplaudo su ímpetu por seguir trabajando. Pero aconsejo que tenga cuidado. O que le pregunte a muchos de los ex funcionarios del gobierno que hoy están en la cárcel por haber tenido buenas intenciones (desconociendo el panorama macro de sus acciones); es muy importante tener claros los principios doctrinales. A los de la U, que se escuden más en la Unidad y menos en el Uribismo. Por estos días éste segundo trae cierta deshonra. Y a los mezquinos, que ser verdes puede ser también racional: en tiempos de escándalos el acercarse al uribismo solo les roba votos de su base electoral.

sábado, 7 de mayo de 2011

De la Vanidad a la Codicia

Friedrich Nietzsche afirmó que “la vanidad es la ciega propensión a considerarse como individuo no siéndolo”. Interpreto que el individuo extremadamente vanidoso deja pasar por alto el origen de su codicioso pecado: lograr jugar un papel social. Si se cumple la premisa aristotélica, según la cual el hombre es político (social) por naturaleza, habría que conceder a los marxistas la pertinencia de su fundamento doctrinal; nuestra individualidad se condiciona a nuestra interacción con los demás. En dado caso, se gesta una gran paradoja cuando el exceso de vanidad termina con el aislamiento social.


Y es que poco sentido tiene poseer riqueza sin ser reconocido por la misma. Me costaría trabajo pensar que gastar miles de dólares en un carro deportivo o pasar decenas de horas a la semana en un gimnasio carezca de una motivación emocional relacionada (al menos en parte) a ansiedades tan humanas como conseguir una pareja sexual. A fin de cuentas, para transportarnos no necesitamos gastar tanto dinero y para mantenernos sanos basta mezclar unos 30 minutos diarios de ejercicio cardiovascular con una alimentación balanceada.


Mi reflexión no se dirige a seres perfectos, sino a humanos comedidos y se inspira en una película que vi hace unos días: Inside Job (ver). En ésta el director ejercita su habilidad policiaca para develar un escándalo que a mi juicio queda bastante bien identificado: una alianza entre Wall Street, banqueros, políticos y académicos motivada en la codicia por implantar un sistema de rentabilidades exponenciales (para unos pocos) que traería como consecuencia una crisis económica sin precedentes en la historia. Por un momento quede desmotivado al ver a Harvard, Columbia o UCLA implicadas, instituciones que tienen como fin fabricar la moral pública. Luego pensé en Paul Feyerabend: la política y el “avance” de la ciencia no son neutrales entre si (ver).


En la película se dan una serie de evidencias de las extrañas motivaciones de los “arquitectos” de la crisis; prostitución, consumo de drogas y poseer cientos de propiedades. No basta con tener un apartamento en el Central Park y una casa en Malibú; necesitan además propiedades en la Florida, en Washington, en Chicago y en las Vegas. No es suficiente un Jet Privado; el codicioso sueña con tener 5 y un helicóptero. La Cocaína es útil para trabajar días sin dormir. Y mientras tanto el riesgo se acumula sobre los trabajadores de Maquilas alrededor del mundo, que en el caso de China ganan escasos 70 dólares al mes.


Ahora, quizás tenga un sesgo economista, pero creo que las diferencias entre los seres humanos están bien justiciadas. Incluso las relacionadas al consumo material. Es difícil demostrar que exista un sistema que mejor motive la búsqueda del potencial humano que el competitivo. Son muchos los escenarios donde la competencia asigna los recursos de una manera más eficiente que cualquier otro sistema. Sin embargo creo que existe un límite entre la desigualdad razonable y la concentración absurda de riqueza. No me cabe en la cabeza que exista diferencia entre ganar 200 millones de dólares al año y 1,000. El consumo entre ambos millonarios no puede ser tan distinto. En cambio, el impacto que se genera entre quienes no tienen nada, por cuenta de 800 millones, es escalofriante.


Tal es el limite el que comprende la diferencia en el individuo vanidoso y el no-individuo codicioso. La estética y el buen gusto sin duda dan cierto sentido a la existencia de la mayoría de nosotros. Es agradable tener un buen carro o un buen abrigo para el invierno. Sin embargo, cuando el lujo se traduce en lujuria, y el magnate convierte la codicia en su única motivación corre el riesgo de ser aislado de la sociedad. Se vuelve dorado e intocable, pero me atrevería a pensar que termina reduciendo sus círculos de afectos cercanos. Pocos quieren convivir con un ser tan primario. Y lo peor, sus acciones traen desdicha para miles de quienes lo rodean.


Mafalda decía que “nadie amasa a una fortuna sin hacer harina a los demás”. Para mi resulta más anacrónica la idea de poner en riesgo todo el sentido de la individualidad por acumular una riqueza que termina por volverse obsoleta.