martes, 12 de octubre de 2010

Del esfuerzo a la satisfacción

Variedad de textos y escritos económicos de hoy tienden a incluir un párrafo introductorio en homenaje a la economía clásica – en particular la obra de Adam Smith y de David Ricardo – identificándola bajo una figura paternal de la ciencia económica contemporánea. Sin embargo, existen razones para sospechar de la fidelidad de tal legado. De un lado, Hurtado (2008) reseña una abrumadora diferencia metodológica frente a la teoría neoclásica (i.e. el concepto de maximización de utilidad) cuyo origen se ve más claramente ligado al utilitarismo Inglés. En mi opinión, la omisión del debate se adentra en un plano aún más trascendental: la noción del valor del hombre en la sociedad.


Sin entrar en ligerezas que desconozcan la importancia de los matices doctrinales es posible afirmar que los Economistas Clásicos (podio que debe incluir a Carlos Marx) encuentran un punto en común: La noción que el valor de la producción de una sociedad depende del trabajo inmerso en la fabricación de mercancías. En principio, esta es una especificación técnica: en términos de Smith no existe una medida invariable en el tiempo útil para esbozar condiciones de intercambio (pues el dinero también es presa de las dinámicas de la oferta y la demanda) diferente al esfuerzo de quien tuvo por tarea la fase de producción.


No obstante, el cuello de botella de tal principio teórico fue igualmente una imposibilidad técnica: el problema que los marxistas bautizaron como la transformación. Todo radicó en el fracaso científico para dar culminación a un modelo que explicase como manifestar unidades de valor-trabajo en precios reales aptos para el intercambio. Tan denso es el altercado que los economistas neoclásicos decidieron prescindir de la teoría clásica del valor para empezar a pensar en términos marginales. Prueba de ello, como lo corroborá Cataño (2004), radica en que la economía contemporanea carece de una teoría de formación de precios.


Todo este debate tiene sin embargo un impacto inmenso sobre el análisis valorativo frente al papel que juega la interacción humana en el mundo socio-económico. El gran cambio filosófico que implica el pasar de la asociación valor-esfuerzo a valor-utilidad en el consumo de bienes y servicios implica el avalar científicamente una conducta moralmente reprochable: el subvalorar el trabajo humano si éste no es capaz de satisfacer niveles subjetivos de satisfacción marginal.


No es entonces de extrañar que se rinda hoy pleitesía a las culturas del mínimo esfuerzo; a fin de cuentas el incremento de costos marginales (esfuerzo) puede resultar irracional. Además porque el concepto de utilidad marginal en el modelo neoclásico le genera a la mercancia un valor intrínseco suceptible a ignorar el trabajo asociado a su fabricación (lo cual se prueba por el hecho que los precios en los mercados competitivos no estén directamente determinados por los costos totales de producción), propagando con ello un slogan siniestro: lo importante no es esforzarse sino consumir.


Quedan entonces múltiples interrogantes por resolver. Y éstos dependen, en esencia, del debate positivo-normativo de la ciencia económica. A favor de la primera postura, ampliamente defendida por los profetas neoclásicos, habría que concluir que el análisis propuesto por la doctrina se apega fielmente a la descripción de la conducta humana tal y como se presenta. Ante ello no habría camino diferente a la resignación. Pero si por el contrario la economía debería tener un importante peso normativo (indicar el deber ser), cobraría gran importancia la preocupación manifiesta en la reflexión propuesta. A pesar de todo existen aspectos técnicos que no deberían transgredir la armonía moral de la sociedad.


Nota final: Dentro de estos mismos términos vale la pena ver el siguiente video

http://www.eltiempo.com/entretenimiento/tv/los-simpson-y-la-polemica-entrada-creada-por-banksy_8124020-4



Referencias

Cataño, J. F. (2004). La teoría neoclásica del equilibrio general. Apuntes críticos. Cuadernos de Economía, XXIII (40), 175-204.

Hurtado, J. (2008). Jeremy Bentham and Gary Becker: Utilitarism and Economic Imperialism. Journal of the History of Economic Though , 30 (3), 335-357.

viernes, 9 de julio de 2010

Es mejor no ser oportunistas

Por estos días se ventilan de esos comentarios que me dejan perplejo: Ingrid Betacourt es una miserable y merece volver a la selva. Cuanto odio, cuanto resentimiento suscita la supuesta insolencia de una simple ciudadana que se encuentra en pleno ejercicio de un derecho legítimo.


Yo en lo personal no me atrevo a juzgar con tal ligereza a una persona con los antecedentes que la persiguen. Detrás de ella camina una historia llena de tragedias: un cautiverio indigno, un injusto despojo de la libertad, una tragedia con dimensiones que caben en la cabeza de pocos. Estar secuestrado por más de media década no es poca cosa. Sugerir que ella se los buscó es cínico e indolente. Reducir a tal punto la miseria y el dolor de una persona habla muy mal de nuestro humanismo.


Lo que más me asombra es el fervor y radicalismo que se esconde detrás del incidente. Ovación y Gloria a la Operación Jaque. Valentía, inteligencia, sagacidad y…. consagración. No entiendo la insistencia de que el Gobierno colombiano le hizo un favor a Ingrid Betancourt. Además de que es su deber el velar por la integridad de la población, no olvidemos que tan brillante jugada militar prácticamente le entregó el palacio de Nariño al entonces Ministro y, de no ser por la declaración de no exequibilidad, hubiese logrado condensar la transición de la República al Imperio. Yo veo más una jugada estratégica (con claras consecuencias humanistas). O ¿cuántos secuestrados permanecen aun en la selva sin tener su partida de ajedrez?


Opino que es mejor ser prudentes. Nadie sabe que se esconde detrás del altercado entre los Betancourt y el Gobierno. La justicia debe encargarse de esclarecer los hechos. Si es cierto que existe una prueba de la testarudez y negligencia de la ex candidata presidencial, que se agote el recurso. Pero por el momento es mejor callar, porque es más oportunista quien sucumbe ante la ligereza de una opinión cruel y malintencionada para tratar de sonar patriota. Eso si es el colmo.

jueves, 17 de junio de 2010

Lo que no hemos querido entender

En Colombia, y por alguna razón difícil de comprender, aun creemos en el discurso político – más no en los políticos o en la política-. En consecuencia, y replicando la simpleza demagógica de un consejo estudiantil escolar, votamos por promesas más que por principios, aun cuando las primeras sean tan solo el esbozo de una utopía.


En un mundo semejante es simplemente improbable que gane Antanas Mockus. El líder de los verdes se auto flagela en cada intervención pública y ello le va a costar la presidencia. Lo triste, a mi juicio, no es que el país pierda per se con Santos; el problema radica en el inmenso costo de oportunidad de no empezar a cambiar las cosas desde ya.


Y es que no hemos querido entender que la iniciativa verde - avalada por algunas de las mentes más brillantes del mundo – implica mover el engranaje del motor más grande, y quizás definitivo, de un modelo de desarrollo exitoso: el marco institucional que regula nuestra interacción como sociedad. En términos de un experto en el tema, las instituciones, en su conjunto, “… determinan la habilidad de un país de acumular, de innovar (y de) moldear la política económica que promueve o dificulta el crecimiento” (Helpman, 2004, p. 113).


Sin embargo, el éxito institucional se condiciona al tipo de instituciones que se construyen. Qué mejor exposición que la del mismo Douglass North (1993, p. 7) para desarrollar esta idea:


“… Las instituciones están hechas de reglas formales, normas informales y el refuerzo entre las dos (…) Mientras las reglas formales pueden ser modificadas de un día a otro, las normas informales solo pueden cambiarse gradualmente. Dado que (éstas últimas) son las normas que proveen la legitimidad esencial a toda regla formal (…) las sociedades que adopten reglas formales de otras sociedades (…) obtendrán un desempeño con características diferentes al observado en el país de origen…”


Entre las reglas formales encontramos muchos pasajes de los típicos recetarios políticos: la política fiscal, la tributación, la inversión pública, etc. Todas éstas, como resulta apenas previsible, son neurálgicas para el proyecto de desarrollo nacional. No obstante, el éxito en la implementación y el impacto de las mismas, como resalta North, se condiciona a la existencia de un conjunto de normas informales: confianza, voluntad política, cultura, creencias de la población. El símil es fácil de elaborar; cuando creemos en algo, en esencia porque se compenetra con nuestros principios individuales, es mucho más probable que lo cuidemos, lo aprovechemos, lo entendamos y lo cultivemos.


Ahora, Santos promete una serie de normas formales. Mockus, por el contrario, insiste en dar un nuevo primer paso a la informalidad. El dilema es fácil de resolver: prevalece una inconsistencia semántica si anteponemos la prosperidad democrática a la legalidad (institucionalidad). Aun así, la mayoría de votantes en este país prefieren hacerse los ciegos, sordos y mudos. Y se ríen del matemático por mostrar ignorancia en algunos aspectos secundarios – hecho fácilmente corregible con la configuración de un equipo de gobierno tecnócrata- cuando los reales ingenuos son quienes confían en un proyecto científicamente incoherente. No olvidemos que North fue laureado con un premio Nobel de Economía.

Referencias

Helpman, E. (2004). The Mystery of Economic Growth. Massachussets: Harvard University Press.

North, D. (1993). The New Institutional Economics and Development . St. Louis, Missouri: Department of Economics, Washington University.

sábado, 5 de junio de 2010

¿Se pifiaron las encuestas?

Según algunos comentaristas, las grandes perdedoras de las elecciones del 30 de mayo fueron las encuestas de opinión. Muchos aducen gran imprecisión técnica – en términos de muestreo y representatividad – mientras que otros sugieren manipulación pre-electoral. En últimas, los resultado fueron tan inesperados que ni siquiera Juan Manuel Santos – como declararía a la revista SEMANA (2010) – los hubiese imaginado. A juicio de muchos críticos, a las firmas encuestadoras les quedó grande su tarea.


En lo personal, soy escéptico frente a las conclusiones apresuradas. Creo que dudar de la calidad profesional de las personas se traduce en calumnia si se hace de entrada y sin ningún tipo de evidencia sugestiva. Además, en este caso específico, el razonamiento deliberado implicaría el desconocer los incentivos con los que cuentan las empresas que llevan a cabo los sondeos. La racionalidad del productor (o empresario) no resulta coherente con lo sucedido; el prestigio del encuestador – que en Colombia está compuesto de firmas con trayectoria internacional – depende de su precisión predictiva, lógica que sentencia la ligereza de la simple torpeza metodológica.


Aunado a lo anterior, sobresale la tendencia histórica que pone en vilo la cruzada emprendida. Según María Isabel rueda (1990), ex columnista de la revista SEMANA, la imprecisión no fue una de las características en las encuestas pre electorales que se llevaron a cabo durante la década de los años 80, opinión expresa en su comentario publicado hace 20 años:
“… Así ha venido haciéndose en Colombia desde hace más de una década sin que hasta el momento ninguna de las compañías encuestadores hayan tenido una sola “pifiada” que lamentar en elecciones presidenciales (…): Carlos Lemoine, cabeza del Centro Nacional de Consultoría (…) afirmó en 1982 que las elecciones las ganaba Belisario por un 43%, y las perdía López por un 40%. La realidad dio 47% vs. 42%, lo que confirmo el pronóstico de Lemoine. Luego, en 1986 dijo que Barco le ganaba a Álvaro Gómez por 58% contra 38%. Nuevamente acertó. Ganó Barco por 58.2% contra 35.8%”


Esclavo de la curiosidad, me tomé el trabajo de alimentar – o actualizar -dicha radiografía. La fuente: las arcas de información de la revista antes citada. Para hacer comparables los datos se obtuvieron todas las últimas predicciones publicadas antes de la elección para los años recuperados. Estas se confrontaron con los resultados oficiales de cada campaña. Dado el contexto de la presente elección, y con el ánimo de buscar precisión científica – pues no es lo mismo comparar contiendas entre varios candidatos con aquellas entre dos adversarios políticos – la exposición se concentra, de momento, en primeras vueltas electorales.


Predicciones vs resultados electorales en primeras vueltas presidenciales

Fuente: Revista Semana. Reconstrucción hecha por autor


La gráfica consta de tres barras que fueron especialmente construidas para permitir la fluidez del análisis propuesto. La primera barra (Predicción) dibuja la diferencia que las encuestas pronosticaron en cada campaña para las votaciones entre el primer y el segundo candidato en orden de popularidad (intención de voto). La columna 2 (Resultado) refleja la diferencia registrada tras el escrutinio de votos de primera vuelta. Finalmente, la barra de color más claro (Diferencia) revela, en términos porcentuales, cual fue la distancia entre los dos primeros ítems. En otras palabras se estima el margen de “pifiada” de las encuestas de opinión pre-electoral.


Los resultados permiten elaborar diferentes lecturas de lo sucedido el 30 de mayo. No obstante, la premisa estadística correlación no es igual a causalidad impone restricciones permisivas solo al planteamiento de hipótesis. En particular son dos las podrían resultar pertinentes.


  • Definitivamente se pifiaron las encuestas

Esta postura cuenta con el aval de una discusión presente entre académicos a través de los años. El debate ha denunciado en distintas ocasiones, la imprecisión técnica en la implementación de las herramientas de medición. En particular, el contar con muestras “…insuficiente(s) para estimar con confiabilidad y precisión la tasa de favoritismo de los candidatos…” (Bautista, 2005, p. 57). Dentro del consenso se incluyen también cuestionamientos a métodos de recolección telefónica y estimaciones de los márgenes de error, entre otros.


En este orden de ideas lo ocurrido en 2010 podría explicarse por una deficiencia metodológica la cual, por errores de omisión (insuficiencia muestral, por ejemplo), no permitió captar las preferencias reales de los votantes. Se tendría que argumentar que los debates realmente modificaron los rangos de intención de voto, haciendo que en las últimas semanas hubiese habido un cambio abrupto en la imagen de los candidatos frente al electorado. Incluso se podría sostener que simplemente las encuestas reflejaron una realidad inexistente a lo largo de toda la campaña.


Sin embargo, esta parece una hipótesis forzada. De un lado, porque la cultura política caudillista de los colombianos hace dudar de su flexibilidad en torno al cambio de posturas a través del diálogo. Con ello nos estarían vendiendo la idea que de un momento a otro nos volvimos votantes conscientes. Además, porque las tendencias entre predicciones y resultados demuestran que si bien podríamos estar haciendo una medición incorrecta en cada año – fenómeno que requiere toda la atención -, al menos siempre se venía midiendo lo mismo (o algo similar). Por ende, esta teoría no resulta muy convincente.


  • Se presentan posibles anomalías en las votaciones (incluso en la etapa de conteo), cuyo efecto resultó imperceptible – dada su gran particularidad- para los encuestadores.

Esta segunda requiere de un poco más de ingenio, o si se quiere, malicia. Deben tenerse no solo en cuenta las preferencias del electorado, sino también las de los candidatos. La economía política defiende, precisamente, el hecho de contemplar a los agentes del Estado como individuos no imparciales cuyas preferencias pueden estar también alineadas con su interés particular.


Ahora, para nadie es un secreto que Juan Manuel Santos es el candidato del establecimiento; el apadrinado del presidente y a quién ha sido encomendada la tarea de mantener un legado político. De hecho, el vínculo entre el uribismo y el santismo es tan evidente, como la correlación positiva entre sus resultados electorales.


Fuente: La Silla Vacía. Disponible para consultar en

http://www.lasillavacia.com/historia/14829

Los departamentos morados en el primer mapa representan aquellos declarados uribistas en 2006, criterio esbozado a partir de resultados electorales. En el caso naranja, éstos dibujan la influencia de Santos, por tanto, muestran los departamentos donde éste fue ganador absoluto en las votaciones de primera vuelta en 2010


A pesar de ello resulta inquietante como solo en esta última jornada electoral se modificaron las tendencias al punto de la reversibilidad. El gráfico de barras permite ver con claridad como a pesar de contar casi con plena coincidencia en su influencia territorial, por primera vez se presenta una estimación subestimada de las diferencias en la intención de voto. Por ende, el diferencial anti histórico de 24% no puede encontrar una explicación alineada con preferencias electorales.


Cabe anotar que en 2006 el continuismo de la política uribista no contaba con amenazas significativas a su trono. En aquel entonces el candidato del Polo democrático, Carlos Gaviria, no representó la amenaza del movimiento verde en la última campaña. En 2010 la política tradicional temió ante una posible desbancada. Dento de tal lógica -concatenada al repentino cambio de tendencia (gráfico)- los múltiples escándalos de compras de votos, la utilización del programa Familias en Acción para manipular al electorado, entre otros, ya no parecen simples hechos aislados. Todo esfuerzo para desmotivar a los votantes aliados con la consigna de cambio parece tener un alto grado de rentabilidad política. Sin embargo, insisto, cualquier conclusión tendría que apelar, en parte, a componentes del mundo de la especulación.


Entonces alguien se preguntará el porqué Jorge Londoño, gerente de la firma encuestadora Invamer Gallup, sale a declarar que “… una encuesta de su empresa se había aproximado a los resultados (pero) como la Ley de Garantías impide publicaciones (…) en la semana previa a las elecciones, no se conocieron los resultados del estudio”. Entonando el eslogan Clinton yo le respondería: es la economía estúpido. Las firmas no están buscando redimir sus errores. Tan solo están adoptando una postura – que a pesar de su carente veracidad – intenta minimizar el impacto de la pena que injustamente se les ha impuesto.


Referencias

Bautista, L. (2005). Estrategia de muestreo para la estimación de la tasa de favoritismo en la elección presidencial. Revista Colombiana de Estadística , 39-62.

Rueda, M. I. (19 de Marzo de 1990). Encuestas: ¿Quién gana quién pierde? Revista Semana . Bogotá, Colombia.

Semana. (5 de Mayo de 2010). ¿Por qué se pifiaron las encuestas? Revista Semana.


sábado, 22 de mayo de 2010

Mockus: ¿un político tradicional?

Al tiempo que evolucionan las encuestas, para algunos seguidores verdes, Mockus pierde su encanto. La razón es la manifestación de un político más tradicional que el excéntrico matemático. Recientes declaraciones relacionadas a temas como al trato bélico del conflicto armado, la sugerencia de que algunos miembros del Polo Democrático Alternativo (PDA) aun justifican la insurgencia, o el anunció y la reiteración pública de su cristiandad, parecen mimetizar una réplica del pseudo uribismo. Surge nuevamente el infortunado dilema que marca nuestra historia política: elegir el mal menor.


Sin embargo, ese es tan solo un punto de vista. Hay quienes aún asocian, con gran entusiasmo, Mockus y cambio. Y puede que no estén tan equivocados. Entre los murmullos de campaña que suenan a un Santos menos radical, se esconden ideas con un inmenso poder que trasciende la visión de muchos votantes. El fortalecimiento institucional es la pieza fundamental de la transformación. Sin instituciones fuertes cualquier otro esfuerzo político queda simplemente en un segundo plano.


El problema no es Mockus o el brote de espinas en sus girasoles. Si hay un culpable es la política. La política es por naturaleza sucia y calculadora. Los políticos no son otra cosa que agentes mercantiles que buscan ser elegidos. Sin los votos el político simplemente no es político. Sin la seducción de las masas, el cambio es solo una filosofía fatalista (u optimista). A fin de cuentas, como en todo mercado, es la demanda la cual dictamina la oferta, y no al contrario, como el idealismo liberal clásico quisiera sugerir.


Ello nos lleva, una vez más, al teorema del votante medio. Imaginemos una playa representada por una línea recta finita en cada extremo. En ella hay dos vendedores de helados, quienes buscan una posición estratégica en el plano con el fin de optimizar sus ventas teniendo en mente a su competidor. ¿Cuál es la mejor respuesta a dicha interacción estratégica? ¿En qué coordenada se ubicará cada carrito? La decisión racional es…. Justo en la mitad!!! En cualquier otro punto de la metáfora, cada uno de los heladeros tendría incentivos para moverse más hacia el área desprotegida por su constrincante con el fin de capturar una mayor clientela.


Así es la política. El votante medio es precisamente el punto intermedio de convergencia en el espectro electoral. Si un político quiere llegar al poder, debe referirse a él. Por ende, en un país de derecha, católico y amante de la guerra, las declaraciones de Mockus no resultan tan sorpresivas (si a ello se suma el agua sucia que le ha sido vertida desde otras campañas). En total oposición a la filosofía verde, parecería que el fin justifica los medios. Sin los votos, no hay legalidad democrática. ¿Hasta que punto es hipocresía? Quizás, y por infortuna para nosotros los idealistas, es necesario impregnarse de un poco de realidad. Que gran dilema.