En Colombia, y por alguna razón difícil de comprender, aun creemos en el discurso político – más no en los políticos o en la política-. En consecuencia, y replicando la simpleza demagógica de un consejo estudiantil escolar, votamos por promesas más que por principios, aun cuando las primeras sean tan solo el esbozo de una utopía.
En un mundo semejante es simplemente improbable que gane Antanas Mockus. El líder de los verdes se auto flagela en cada intervención pública y ello le va a costar la presidencia. Lo triste, a mi juicio, no es que el país pierda per se con Santos; el problema radica en el inmenso costo de oportunidad de no empezar a cambiar las cosas desde ya.
Y es que no hemos querido entender que la iniciativa verde - avalada por algunas de las mentes más brillantes del mundo – implica mover el engranaje del motor más grande, y quizás definitivo, de un modelo de desarrollo exitoso: el marco institucional que regula nuestra interacción como sociedad. En términos de un experto en el tema, las instituciones, en su conjunto, “… determinan la habilidad de un país de acumular, de innovar (y de) moldear la política económica que promueve o dificulta el crecimiento”
Sin embargo, el éxito institucional se condiciona al tipo de instituciones que se construyen. Qué mejor exposición que la del mismo Douglass North
“… Las instituciones están hechas de reglas formales, normas informales y el refuerzo entre las dos (…) Mientras las reglas formales pueden ser modificadas de un día a otro, las normas informales solo pueden cambiarse gradualmente. Dado que (éstas últimas) son las normas que proveen la legitimidad esencial a toda regla formal (…) las sociedades que adopten reglas formales de otras sociedades (…) obtendrán un desempeño con características diferentes al observado en el país de origen…”
Entre las reglas formales encontramos muchos pasajes de los típicos recetarios políticos: la política fiscal, la tributación, la inversión pública, etc. Todas éstas, como resulta apenas previsible, son neurálgicas para el proyecto de desarrollo nacional. No obstante, el éxito en la implementación y el impacto de las mismas, como resalta North, se condiciona a la existencia de un conjunto de normas informales: confianza, voluntad política, cultura, creencias de la población. El símil es fácil de elaborar; cuando creemos en algo, en esencia porque se compenetra con nuestros principios individuales, es mucho más probable que lo cuidemos, lo aprovechemos, lo entendamos y lo cultivemos.
Ahora, Santos promete una serie de normas formales. Mockus, por el contrario, insiste en dar un nuevo primer paso a la informalidad. El dilema es fácil de resolver: prevalece una inconsistencia semántica si anteponemos la prosperidad democrática a la legalidad (institucionalidad). Aun así, la mayoría de votantes en este país prefieren hacerse los ciegos, sordos y mudos. Y se ríen del matemático por mostrar ignorancia en algunos aspectos secundarios – hecho fácilmente corregible con la configuración de un equipo de gobierno tecnócrata- cuando los reales ingenuos son quienes confían en un proyecto científicamente incoherente. No olvidemos que North fue laureado con un premio Nobel de Economía.
Referencias
Helpman, E. (2004). The Mystery of Economic Growth. Massachussets: Harvard University Press.
North, D. (1993). The New Institutional Economics and Development . St. Louis, Missouri: Department of Economics, Washington University.
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