jueves, 8 de marzo de 2012

Sobre el Día Internacional de la Mujer


Quiero aprovechar la celebración del Día Internacional de la Mujer para compartir una reflexión que considero pertinente para la ocasión. En los últimos meses he tenido la oportunidad de conocer un poco más a fondo el debate frente a la lucha por la equidad de género, tema que sacó a relucir mi completa ignorancia frente a un movimiento que todo pensador liberal debería aplaudir, admirar e incluso apoyar. Me refiero a la lucha feminista[1].

Para muchos, e incluso para muchas, el feminismo es radical, indeseable e inoportuno. Recuerdo una columna del diario El Tiempo que leí hace unos años (ver), en donde Eduardo Escobar criticaba el fenómeno de la liberación femenina por haberse limitado “…a doblar los envilecidos comportamientos masculinos, borracheras, ambición, corrupción administrativa, promiscuidad y el derecho a soltar ajos”. Confieso que en ese momento llegué a simpatizar con el comentario. Hoy, por el contrario, creo que es ruin, ignorante y malintencionado.

La confusión, a mi modo de ver, radica en la falta de claridad frente a dos términos importantes: sexo y género. El primero hace alusión a la definición biológica del ser: el macho tiene pene y la hembra tiene vagina. El segundo, por su parte, describe la forma en la que machos y hembras se relacionan entre si y frente a su entorno. Es decir, los términos hombre y mujer son identidades sociales que transcienden el status dictaminado por la biología. Un travesti, por ejemplo, es macho en términos sexuales, pero puede sentirse, ser y reconocerse socialmente como una mujer.

Lo anterior tiene múltiples implicaciones. Llamo la atención de una de ellas: el machismo y el feminismo no son términos opuestos, en tanto se cometería una falacia conceptual al comparar una definición sexual con la de un status social (ver acá un buen ejemplo de la constatación de dicha confusión). Quizás lo que muchos temen es el extremo de la postura hembrista, que al igual que el sesgo machista, proclamaría la superioridad biológica de la hembra. Así no se define, sin embargo, la causa feminista; según Susana Martínez Simancas “… el feminismo es un movimiento social y una teoría política que pone de manifiesto la situación de desigualdad y de discriminación hacia las mujeres en sociedades que se han construido conforme a un sistema al que se denomina patriarcado”.

Y su reclamación no es inoportuna. De acuerdo al DANE (ver), en Colombia, “… Las mujeres trabajan diez horas más que los hombres, pero reciben 20 por ciento menos de salario”. Las cifras nacionales también registran situaciones de violencia intolerables (ver), rezagos importantes en cuanto a la participación femenina en las esferas del poder (ver) e incluso la vigencia de una cultura machista capaz de justificar con indolencias actos atroces como el maltrato sexual (ver). Me pregunto entonces, ¿por qué nos inquietamos cuando reclaman igualdad en derechos y oportunidades? Ellas no pregonan superioridad, sino tolerancia frente a las diferencias. En lo personal, las aplaudo y las respeto y celebro, por ende, con entusiasmo su día.



[1] Retomo en este texto algunas ideas compartidas por Nancy Prada (ver HV), profesora de la Universidad Nacional y activista intelectual de la reivindicación de los derechos de la mujer. Aprovecho también su lectura de la filosofía feminista, su revisión bibliográfica del tema y las gratas conversaciones sostenidas con ella.

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