viernes, 6 de julio de 2012
Lo realmente preocupante
jueves, 8 de marzo de 2012
Sobre el Día Internacional de la Mujer
lunes, 20 de febrero de 2012
Sobre Economía Política
Según Ferreira (2001) “… para poder comprender la naturaleza de los resultados económicos que observamos, necesitamos primero entender la forma en la cual se distribuye el poder político [en la sociedad]”. Desde esta perspectiva, es importante valorar no solo la consistencia de los mecanismos económicos de distribución, por ejemplo el libre mercado o la planificación central, sino las motivaciones intrínsecas de quienes lideran las dinámicas sociales. Es poco útil plantear, por ejemplo, que la educación genera capital humano, productividad y crecimiento económico; la pregunta relevante es bajo qué circunstancias la educación induce el crecimiento de la economía.
Un ejemplo clásico para dar soporte a esta idea es la aseveración de Amartya Sen, según quien “… nunca ha habido hambrunas en las democracias pluripartidistas que funcionan” (Sen, 1999). La intuición teórica detrás de dicho argumento descansa, precisamente, en la existencia de contrapesos a las clases dominantes; la circulación de medios de comunicación expectantes y la posibilidad de competencia electoral hacen que los gobernantes se vean obligados a atender las necesidades básicas de sus votantes, en tanto no hacerlo podría implicar que su partido pierda influencia directa sobre gobiernos locales y/o nacionales. Ello podría explicar, por ejemplo, porque en Colombia los municipios con mayores indicadores de institucionalidad democrática tienden a ser aquellos que luchan más efectivamente contra la mortalidad infantil (ver gráfico).
Fuente: DNP y Transparencia por Colombia. El índice de Transparencia se encuentra en un rango de 0 a 100, creciente en el grado de fortaleza democrática (o bajo riesgo de corrupción). Los cálculos fueron hechos por el autor.
En términos de políticas públicas, la implicación de una visión institucional se traduce, por ejemplo en emprender esfuerzos por generar competencia electoral a fin de aumentar los costos de oportunidad de la negligencia política. Son múltiples los estudios que denuncian el limitado impacto de los programas sociales más importantes del gobierno (ver), situación, que a mi juicio, es resultado de los bajos incentivos a su optima implementación. Prueba de ello es un estudio reciente (Rubiano, 2011) que concluye que las ejecuciones presupuestales y la recolección de impuestos en gran parte de los municipios del país obedecen a ciclos de negocios políticos; en épocas pre-electorales hay mayor inversión y menor recaudo tributario, mientras que una vez finalizadas las jornadas de elección, se invierte el uso de ambas herramientas para no extralimitar los niveles legales de gasto público.
El estudio de la economía política es entonces una condición Sine qua non para poder hacer predicciones económicas acertadas y anticipar más claramente los resultados de la implementación de políticas sociales. Ésta incluso nos permite entender que el mercado político es un mecanismo aun más eficiente que el mercado de factores para distribuir los recursos escasos de una sociedad. Y he ahí el gran poder de la democracia. No existen dictadores benevolentes sino interacciones sociales entre políticos motivados por acumular votos. Es por ende necesario alentar la competencia electoral. Pero no me refiero al falso pluripartidismo vigente, que según Acemoglu & Robinson (2006) solo refleja la persistencia del elitismo político nacional. Hablo de verdaderas reformas que motiven a los gobernantes a atender las necesidades de sus electores para poder acceder al poder. De no hacerlo, seguiremos botando la plata.
Referencias
Ferreira, H. (2001). Education for the Masses? The Interaction between Wealth, Educational and Political Inequalities. Economics of Transition , 9 (2), 533-552.
Acemoglu, & Robinson. (2006). Persistence of Power, Elites and Institutions. NBER Working Paper No. 12108.
Sen, A. (1999). Development as freedom. New York: Alfred A Knopf INC.
Rubiano, N. (2011). Political business ciclye and size of towns: Colombia 1989-2008. Revista de Economía Institucional, 13 (25), 105-136.
viernes, 6 de enero de 2012
Sin memoria no hay paz
El título de esta entrada replica el mensaje impregnado en la obra de María Victoria Llorente y Malcolm Deas Reconocer la Guerra para Construir la Paz. El más reciente libro de Eduardo Pizarro Leongómez Las FARC (1949-2011): De Guerrilla campesina a máquina de Guerra hace un esfuerzo por resaltar dicha consigna. Sirve de analogía el pensar en un padre que da mal ejemplo a su hijo y luego lo juzga vehementemente por su devenir delincuencial; exigir la desmovilización de las FARC-EP sin reconocer los motores de su creación no es solo nocivo para la paz, sino es inmoral, injusto y falaz.
Pizarro hace un recorrido histórico y detallado por las luchas campesinas que se libraban en el país durante la mitad del siglo XX. En aquella época, la hegemonía conservadora auspició excesos por parte de los líderes políticos del momento[1], Mariano Ospina Pérez (1946-1950) y Laureano Gómez (1950-1953), como el cierre del Congreso de la República (coartación a la democracia) y la persecución “Chulavita” a los líderes liberales. Fue una época violenta: el historiador David Bushnell habla de la muerte de entre 100.000 y 200.000 mil colombianos.
Esta fue la cuna tardía de la resistencia campesina y de la guerra contemporánea. Según Pizarro: “… ante la incapacidad del partido liberal para contener la violencia conservadora mediante la resistencia civil, en forma espontanea y en múltiples regiones a la vez se da paso a la resistencia armada campesina”. Vendría luego la mal llamada pacificación del gobierno militar del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1958), donde se continúan restringiendo libertades políticas (el partido Comunista Colombiano se ilegaliza en 1954), y se da paso a la agudización de la guerra como consecuencia del abandono a las dinámicas rurales por parte del Frente Nacional.
El libro hace también una exposición documentada de los conflictos existentes entre guerrillas liberales y comunistas, y como a pesar de sangrientos enfrentamientos las segundas se alimentaron de grupos de militantes de las primeras luego de sentirse traicionadas por sus dirigentes al momento de haber sido invitados a la coalición gobernante. En este punto, Pizarro es enfático en condenar la irresponsabilidad del Partido Comunista y su combinación de formas de lucha (legales e ilegales), en tanto lo convirtió en un foco de persecución política con consecuencias nefastas para todo el campesinado (pues la injerencia macartista le dificultaba al gobierno el distinguir entre liberales y comunistas):
“… la ola de asesinatos que vivió el país en estos años (década del 60) no solo afectó a los líderes campesinos o de la oposición política sino que, incluso, como ya había ocurrido bajo Rojas y la Junta Militar, muchos guerrilleros liberales amnistiados comenzaron a ser sistemáticamente dados de baja por la fuerza pública (…) Esta oleada criminal coincidió con un auge importante de luchas campesinas y con la emergencia de ligas y sindicatos agrarios, a los cuales se habían vinculado muchos antiguos guerrilleros del Tolima ”
El nacimiento de las FARC hizo parte de este contexto. El simbolismo histórico del bombardeo a la República Independiente de Marquetalia es tan solo un pretexto para magnificar un momento, en tanto el origen del movimiento armado hace parte de una dinámica histórica mucho más profunda. Fue la represión y la violencia estatal las cuales dieron pretexto a los comunistas y a algunos campesinos liberales (como el caso de Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez) para organizarse. Influyó la revolución cubana, y también la oleada revolucionario del continente. Pero tales legados fueron marginales en contraste al de la violencia y represión política de comienzos y mediados de siglo. Así lo narra Pizarro:
“… Es indudable, si nos atenemos a los testimonies de antiguos lideres guerrilleros liberales, que en los núcleos sobrevinientes de estas guerrillas existía una enorme frustración, que se expresó en el ingreso masivo de sus miembros a la corriente opositora al Frente Nacional representada por el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y, en algunos casos, a las guerrillas revolucionarias que nacen en este periodo. El mapa de la vieja violencia y el mapa de la nueva no tuvieron, al menos en sus inicios, diferencias sustanciales…”
a lo cual agrega:
“… La emergencia temprana de núcleos armados rurales-una década antes de la revolución cubana-, es una de las explicaciones del éxito que tuvo la guerrilla en Colombia para echar raíces, en contraste con otras naciones del continente en donde esta modalidad de acción era ajena a su tradición y fue rápidamente aniquilada…”
Ahora, no es objetivo de esta entrada justificar o no la legitimidad del grupo guerrillero. Tampoco se discute su degeneración ni tampoco se desconoce el inmenso daño que le ha hecho al país. La reseña al texto de Pizarro tampoco pretende mitificar el movimiento campesino ni presentarlo como un ejemplo a seguir. Es claro, sin embargo, que el origen de la violencia contemporánea que vive el país tiene raíces profundas en conflictos agrarios no resueltos así como, en gran parte, en la negligencia u omisión de la clase dirigente colombiana.
Lo anterior tiene una inmensa implicación política y incluso sociológica para la paz. De un lado, las desigualdades estructurales que vive el país seguirán siendo un pretexto importante para la violencia rural. Pero más aún, el apoyo popular a iniciativas a-históricas como “No más FARC” sin ofrecer una compensación a los campesinos por el daño histórico del Estado refuerza contextos como los que en algún momento catalizaron la violencia. Entre ellos, la representación generadora de resentimiento y desilusión del Frente Nacional: un grupo de privilegiados que exige la paz pero que está poco dispuesto a dar algo a cambio.
La vanidad humana de pensar que se vive en un momento histórico tangencial es un vicio con consecuencias nefastas para la construcción de estructuras sociales sólidas. No caigamos en ese mismo error. La paz exige memoria.
[1] Con este aparte no pretende atribuirse a lo conservadores la totalidad de la culpa de la guerra que vive el país. Como lo recuerda el historiador David Bushnell, la hegemonía liberal de la primera mitad del sigo XX también utilizó prácticas represivas. En este caso “…hubo estallidos de violencia por las mismas razones: solamente que esta vez se trataba de conservadores quienes salían a cobrar las viejas deudas y ofensas que habían acumulado durante los años de predominio liberal… ”
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Curso de técnicas de evaluación de impacto
Hola a todos
Queremos aprovechar una breve entrada para promocionar un curso de evaluación de impacto que estaremos dictando en la Universidad Externado de Colombia (como un seminario opcional) durante el primer semestre de 2012. Éste se encuentra dirigido a estudiantes de economía y demás temas relacionados al diseño, implementación y evaluación de políticas públicas. Su objetivo es brindar al estudiante herramientas cuantitativas básicas para valorar un programa social en términos de los efectos reales que éste tiene sobre su población objetivo.
La idea es ofrecer un curso práctico, el cual recurra a la teoría solo con fines pedagógicos. Por ello, además de la presentación de los principales modelos de evaluación de impacto, la metodología se centra también en ejemplos, experiencias de evaluaciones y discusiones en torno a fortalezas y dificultades de las herramientas estudiadas.
Vale la pena mencionar que el conocimiento de estas técnicas no es solo una exigencia laboral que empieza a emerger hoy en Colombia (instancias como el DNP, el DANE y el cuerpo ministerial lo valoran cada vez más) sino que otorga al estudiante herramientas de reflexión sólidas para enfrentar de una manera estructurada (y basada en la evidencia) el debate del desarrollo económico y social del país (ver enlace a Poor Economics y conferencia de Esther Duflo).
Como abrebocas ponemos a su disposición una versión preliminar del programa. Los invitamos a inscribirse.
Saludos
Olga Romero
Economista y MA en Administración Pública
Juan David Parra
Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales y MA en Economía
lunes, 14 de noviembre de 2011
La Reforma a la Ley 30…. Todo depende
La propuesta de reforma a la ley 30 de 1992 ha propiciado quizás el hito social de la primera década del siglo XXI. La plaza de Bolívar atestada de estudiantes (ver) genera cierto sentimiento de nostalgia entre quienes presenciaron manifestaciones similares hace más de 40 años. Y es cierto; sea cual sea el trasfondo, y a pesar de los daños materiales causados por los protestantes (ver), es difícil negar la conmovedora imagen de miles de jóvenes que por unos días cambiaron Facebook, Yo Me Llamo y la cerveza para luchar por una causa mayor. Eso es democracia.
Entrando ya en su contenido, creo yo que la respuesta al debate depende del contexto dentro del cual sea librado. Y esto lo han comprendido bien algunos críticos de la reforma. El profesor Mario Hernández Álvarez, de la Universidad Nacional, lo ha expuesto claramente: debemos preguntarnos en qué tipo de sociedad queremos vivir (ver). La opción oscila entre la sociedad competitiva y aquella regida por los derechos. Y aun cuando creo que la diferencia entre ambos escenarios no es tan tajante ni excluyente, es una distinción interesante en torno a la cual centrar la discusión.
Iniciemos como es debido: leyendo la Ley y su propuesta de reforma, paso natural que seguramente muchos han omitido. Y concentrémonos en el aspecto de la financiación, punto, según mi parecer, que enmarca la globalidad de la controversia. La Ley 30 de 1992 señala:
Artículo 86: Las universidades estatales u oficiales recibirán anualmente aportes de los presupuestos nacional y de las entidades territoriales, que signifiquen siempre un incremento en pesos constantes, tomando como base los presupuestos de rentas y gastos, vigentes a partir de 1993.
Y la propuesta es:
A partir del año 2012 y hasta el 2014 la Nación asignará recursos adicionales al Ministerio de Educación Nacional para que sean distribuidos entre las Instituciones de Educación Superior públicas, según el grado de complejidad de las instituciones. Estos recursos estarán destinados a financiar:
a) La generación de nuevos cupos teniendo en cuenta el área del conocimiento, y el nivel y la metodología del programa respectivo, así como los programas de regionalización y presencia en zonas de frontera.
b) El reconocimiento de la productividad académica de los docentes.
c) La formación del recurso docente.
d) La promoción de la investigación y la innovación
En otras palabras, se presentan dos modelos antagónicos de financiación. El primero obedece a un esquema de subsidio no condicionado a la oferta de educación pública, óptica desde la cual la universidad tiene importancia por si misma y así su asignación presupuestal anual. La propuesta de reforma, por su parte, se centra en condicionar el presupuesto universitario a la demanda, visión que exige pensar en presupuestos y grados de importancia diferenciados según capacidades. La explicación de tal lógica se centra en el principio de competencia y sus virtudes para concentrar estudiantes (y presupuesto) en centros educativos más consolidados en cuanto a la calidad de su formación. Los críticos dudan de la deidad del mercado y, por el contrario, pronostican la agudización de brechas de educación.
Sin embargo, soy insistente en que los debates ideológicos deben alimentarse de hechos concretos, realidades observables y diagnósticos sociales solidos. Y por ende pongo sobre la mesa algunos elementos de reflexión que nos permiten focalizar mejor el debate. Por ejemplo, el hecho que en los últimos años los recursos a la educación público se hayan reducido sustancialmente (ver). Que a pesar de que existen críticas a la ineficiencia y la poca calidad de las universidades públicas (ver) no es muy claro que los centros privados les lleven algún tipo de ventaja (ver). Que el nivel de investigación en Colombia es irrisorio en comparación al de la región latinoamericana (ver). En cuanto a cuestiones más macro, que si bien es cierto que la competitividad (la cual tienen un nexo con la productividad) es importante para alcanzar metas económicas del país (ver), no puede perderse de horizonte el hecho que hoy nos encontremos dentro de las naciones más desiguales del planeta (ver).
Si bien ambas posturas guardan coherencia teórica, debemos preguntarnos en qué sociedad queremos vivir, sin por ello ignorar el condicionante que nos impone el pragmatismo: ¿en qué mundo vivimos? El reto es sopesar hasta que punto podemos fijar esquemas de vanguardia y hasta que otro podemos desconocer como país nuestra inevitable incursión en el mundo económico globalizado. Un mundo de derechos exige cobertura y acceso, mientras que un mundo de competencia se centra en la calidad. Y con ello no quiero desconocer que los derechos requieren calidad ni insinuar que la competencia deba ser excluyente. Solo creo que debemos reflexionarlo bastante, pues no es un tema irrelevante. Y por lo pronto aplaudo a los estudiantes pues a pesar de inconvenientes menores nos han puesto a todos a pensar (a diferencia de personajes siniestros como este).
domingo, 7 de agosto de 2011
La Ciencia del Desarrollo
Según Abhijit Banrjee y Esther Duflo, ambos del Instituto de Tecnología de Massachusets (MIT), la lucha contra la pobreza debe ser sistemática y evaluable, así como estar menos expuesta a sesgos ideológicos. Bajo tal consigna presentan su libro Poor Economics, el cual resume años de investigación en la medición del impacto de políticas contra la pobreza, en su mayoría en el mundo en desarrollo.
Ahora, es cierto que toda praxis tiene tras de ella una ideología. A fin de cuentas una teoría es el resultado de una doctrina ideológica; todo hallazgo científico tiene tras de si un supuesto de partida que proviene (en menor o mayor medida) de algún precepto moral en particular. Habría que aceptar, sin embargo, que algunas ideologías son más robustas que otras (frente a su consistencia científica), premisa sin cual nos hundiríamos en un debate circular que objetaría el desarrollo mismo de la ciencia.
Aclaro lo anterior, pues no se me ocurre una ideología más robusta que la estadística. Desde luego, no toda estadística está bien modelada (e incluso no manipulada). Sin embargo, los métodos de Abhijit y Duflo son de los más robustos del campo: las técnicas de evaluación de impacto requieren de pocos supuestos para encontrar relaciones causales entre variables. Bueno, puede ser un punto de vista, aunque tiene tras de si un sólido fundamento teórico.
Quisiera aprovechar dicho contexto para hacer algunas reflexiones sobre un tema relevante: la educación. Usando observaciones empíricas, los autores muestran conclusiones asombrosas, y en ocasiones poco intuitivas. Por ejemplo, lo que explica las abrumadoras diferencias en la calidad de la enseñanza de colegios públicos y privados en India o Ecuador es que en las instituciones oficiales los profesores pasan menos tiempo haciendo su labor (tienen menos incentivos para asistir al salón de clase). El elitismo también hace parte de los sistemas educativos en desarrollo: currículos distintos e incluso (sobre todo en India) un trato diferencial de profesores hacia alumnos ricos y pobres (lo cual trae como consecuencia que, anticipando tal fenómeno, los alumnos de menores recursos se desmotiven, estudien menos, aprendan menos y se agudicen las brechas).
Para el caso puntual de Colombia se presentan también algunos resultados interesantes. Uno bastante relevante proviene de evaluar iniciativas de subsidios condicionados para la educación básica en Bogotá, donde investigadores del Banco Mundial encuentran que en hogares que reciben dicho beneficio (por medio de una lotería) para solo uno de sus miembros (habiendo dos o más posibles beneficiarios), el (o los) no beneficiado(s) tienen menos probabilidad de entrar a un colegio que niño(a)s de hogares (de características sociales similares) no receptores del auxilio estatal. En otras palabras, dar plata a una familia de escasos recursos no garantiza un impacto positivo sobre su demanda por escolaridad.
El capítulo concluye con la necesidad de cambiar las recetas de política. Los autores señalan que algunas estrategias de bajo costo, como por ejemplo informar a los padres que si envían a sus hijos al colegio cada año de educación podría representarles (en promedio) un aumento salarial esperado del 100% (basado en los salarios recibidos de quienes si asistieron al salón de clase), son considerablemente más eficaces que invertir en subsidios escolares. Ahora, no quisiera ser demasiado optimista. Pero me mantengo en mi postura inicial; sería necesario que alguien utilizara rigurosidad académica (y no ideología empíricamente poco fundamentada) para objetar tales resultados. Todo es en beneficio del avance de la ciencia, pero, sobre todo, de los más necesitados.
Termino citando el extracto de una crítica a un libro diferente, pero cuyo sentido reitera la importancia del debate científico:
Los no economistas se sorprenderán, y los economistas que defiendan los conceptos tradicionales de la economía encontrarán sosiego. Y tengo la impresión de que este libro también podría servir a aquellos académicos que objetan la “economía vulgar” y derivan sus ideas únicamente de renombrados economistas clásicos pretendidamente impolutos. A ellos, esta obra les da la posibilidad de encarar un desafío: tomar alguna de (sus) proposiciones (…) y procurar refutarla. Si no lo logran, conviene relajarse y disfrutar de haber encontrado una explicación interesante, aunque provenga de una ideología diferente. Y si lo logran, lo mejor es hacerlo saber, porque es así como avanza la ciencia.
Pablo J. Mira, Revista de Economía Institucional, Vol. 12, Número 23, 2010