El título de esta entrada replica el mensaje impregnado en la obra de María Victoria Llorente y Malcolm Deas Reconocer la Guerra para Construir la Paz. El más reciente libro de Eduardo Pizarro Leongómez Las FARC (1949-2011): De Guerrilla campesina a máquina de Guerra hace un esfuerzo por resaltar dicha consigna. Sirve de analogía el pensar en un padre que da mal ejemplo a su hijo y luego lo juzga vehementemente por su devenir delincuencial; exigir la desmovilización de las FARC-EP sin reconocer los motores de su creación no es solo nocivo para la paz, sino es inmoral, injusto y falaz.
Pizarro hace un recorrido histórico y detallado por las luchas campesinas que se libraban en el país durante la mitad del siglo XX. En aquella época, la hegemonía conservadora auspició excesos por parte de los líderes políticos del momento[1], Mariano Ospina Pérez (1946-1950) y Laureano Gómez (1950-1953), como el cierre del Congreso de la República (coartación a la democracia) y la persecución “Chulavita” a los líderes liberales. Fue una época violenta: el historiador David Bushnell habla de la muerte de entre 100.000 y 200.000 mil colombianos.
Esta fue la cuna tardía de la resistencia campesina y de la guerra contemporánea. Según Pizarro: “… ante la incapacidad del partido liberal para contener la violencia conservadora mediante la resistencia civil, en forma espontanea y en múltiples regiones a la vez se da paso a la resistencia armada campesina”. Vendría luego la mal llamada pacificación del gobierno militar del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1958), donde se continúan restringiendo libertades políticas (el partido Comunista Colombiano se ilegaliza en 1954), y se da paso a la agudización de la guerra como consecuencia del abandono a las dinámicas rurales por parte del Frente Nacional.
El libro hace también una exposición documentada de los conflictos existentes entre guerrillas liberales y comunistas, y como a pesar de sangrientos enfrentamientos las segundas se alimentaron de grupos de militantes de las primeras luego de sentirse traicionadas por sus dirigentes al momento de haber sido invitados a la coalición gobernante. En este punto, Pizarro es enfático en condenar la irresponsabilidad del Partido Comunista y su combinación de formas de lucha (legales e ilegales), en tanto lo convirtió en un foco de persecución política con consecuencias nefastas para todo el campesinado (pues la injerencia macartista le dificultaba al gobierno el distinguir entre liberales y comunistas):
“… la ola de asesinatos que vivió el país en estos años (década del 60) no solo afectó a los líderes campesinos o de la oposición política sino que, incluso, como ya había ocurrido bajo Rojas y la Junta Militar, muchos guerrilleros liberales amnistiados comenzaron a ser sistemáticamente dados de baja por la fuerza pública (…) Esta oleada criminal coincidió con un auge importante de luchas campesinas y con la emergencia de ligas y sindicatos agrarios, a los cuales se habían vinculado muchos antiguos guerrilleros del Tolima ”
El nacimiento de las FARC hizo parte de este contexto. El simbolismo histórico del bombardeo a la República Independiente de Marquetalia es tan solo un pretexto para magnificar un momento, en tanto el origen del movimiento armado hace parte de una dinámica histórica mucho más profunda. Fue la represión y la violencia estatal las cuales dieron pretexto a los comunistas y a algunos campesinos liberales (como el caso de Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda Vélez) para organizarse. Influyó la revolución cubana, y también la oleada revolucionario del continente. Pero tales legados fueron marginales en contraste al de la violencia y represión política de comienzos y mediados de siglo. Así lo narra Pizarro:
“… Es indudable, si nos atenemos a los testimonies de antiguos lideres guerrilleros liberales, que en los núcleos sobrevinientes de estas guerrillas existía una enorme frustración, que se expresó en el ingreso masivo de sus miembros a la corriente opositora al Frente Nacional representada por el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) y, en algunos casos, a las guerrillas revolucionarias que nacen en este periodo. El mapa de la vieja violencia y el mapa de la nueva no tuvieron, al menos en sus inicios, diferencias sustanciales…”
a lo cual agrega:
“… La emergencia temprana de núcleos armados rurales-una década antes de la revolución cubana-, es una de las explicaciones del éxito que tuvo la guerrilla en Colombia para echar raíces, en contraste con otras naciones del continente en donde esta modalidad de acción era ajena a su tradición y fue rápidamente aniquilada…”
Ahora, no es objetivo de esta entrada justificar o no la legitimidad del grupo guerrillero. Tampoco se discute su degeneración ni tampoco se desconoce el inmenso daño que le ha hecho al país. La reseña al texto de Pizarro tampoco pretende mitificar el movimiento campesino ni presentarlo como un ejemplo a seguir. Es claro, sin embargo, que el origen de la violencia contemporánea que vive el país tiene raíces profundas en conflictos agrarios no resueltos así como, en gran parte, en la negligencia u omisión de la clase dirigente colombiana.
Lo anterior tiene una inmensa implicación política y incluso sociológica para la paz. De un lado, las desigualdades estructurales que vive el país seguirán siendo un pretexto importante para la violencia rural. Pero más aún, el apoyo popular a iniciativas a-históricas como “No más FARC” sin ofrecer una compensación a los campesinos por el daño histórico del Estado refuerza contextos como los que en algún momento catalizaron la violencia. Entre ellos, la representación generadora de resentimiento y desilusión del Frente Nacional: un grupo de privilegiados que exige la paz pero que está poco dispuesto a dar algo a cambio.
La vanidad humana de pensar que se vive en un momento histórico tangencial es un vicio con consecuencias nefastas para la construcción de estructuras sociales sólidas. No caigamos en ese mismo error. La paz exige memoria.
[1] Con este aparte no pretende atribuirse a lo conservadores la totalidad de la culpa de la guerra que vive el país. Como lo recuerda el historiador David Bushnell, la hegemonía liberal de la primera mitad del sigo XX también utilizó prácticas represivas. En este caso “…hubo estallidos de violencia por las mismas razones: solamente que esta vez se trataba de conservadores quienes salían a cobrar las viejas deudas y ofensas que habían acumulado durante los años de predominio liberal… ”
La paz exige memoria, es verdad pero qué retos tiene esto para la justicia transicional y la reparación de victimas? Por otro lado, en este intercambio de victimas y victimarios, podríamos llegar a un "tapón" de memorias y sentimientos viscerales. Yo también creo que se necesita memoria, canales viables y visibles de participación y un aparato de justicia capaz de responder y reparar, esto buscando una paz duradera. Pero para un primer paso a la paz traer tantas estadísticas no es bueno, sobretodo en una "maquinaria de guerra" que se transformó y hace un buen rato no se justifica en sus inicios. La paz exige memoria, más bien para la reparación de victimas y la madurez política y estatal.
ResponderEliminarBTW, me interesó el libro, hace rato no se veía un trabajo juicioso del tema.
ResponderEliminarGracias Caro. A mi lo que me preocupa es que en un escenario de negociación, se vuelva imposible la reinserción de los ex-guerrilleros a la vida cívil producto del odio a-histórico que albergan los colombianos. No olvidemos el particidio contra la UP donde murieron asesinados cerca de 600 dirigentes del partido. Es en este aspecto concreto donde la historia puede sanar las heridas de guerra.
ResponderEliminarLa paz exige memoria. Bien dicho. Y también exige pensarse un proyecto de país. Creo que en esto si que se han quedado cortos los actuales diálogos; primero por la baja participación y, segundo, porque al evadir discusiones estructurales terminan echándole pañitos de agua tibia a una realidad territorial cada vez más complejizada por nuevos actores e intereses del capital trasnacional (y de unas élites nacionales que se reorganizan en función de esta nueva etapa de acumulación globalizada).
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