Han pasado ya unos días desde la muerte de Roy Bhaskar. Su nombre
fue poco conocido en este rincón del planeta. En lo personal, creo que fue un
gran pensador. Y aunque conocí su obra por pura casualidad, me siento
privilegiado de haberlo leído, pues sus reflexiones han logrado inspirar
cambios importantes en mi forma de ver y vivir el mundo. Quisiera por ello
dedicar unas líneas para contarles un poco sobre su legado.
Roy, como amigablemente lo llamaré, fue un estudiante rebelde.
Desde sus días en Oxford (60’s, 70’s) se preguntaba sobre el sentido de todo,
incluido lo que aprendía en las aulas de clase en la Balliol
College de Economía, Filosofía y Política. Hijo de un médico hindú y
una enfermera inglesa, Roy mostró siempre una inquietud por la injusticia
social. En una entrevista biográfica publicada en 2010, narra como en sus
viajes de niñez a India le impactaba de sobremanera la pobreza urbana. Al
ver tanta gente durmiendo en las calles se preguntaba ‘¿por qué estas
personas no gozan de los mismos privilegios y derechos que mi familia?’
Pasado los años llegó incluso a cuestionar fuertemente a sus padres por la
forma en que estos desaprobaban su amistad con niños hijos de personas que
consideraban no dignas de su nivel social.
Su rebeldía en la academia se convirtió en una barrera que le
impidió obtener su título doctoral. De hecho, su tesis nunca fue aprobada. A
pesar de comprender y replicar a la perfección los modelos matemáticos
dominantes, y ser invitado por importantes académicos de la época a trabajar en
economía aplicada para hacer estimaciones costo-beneficio, Roy sentía cierta
insatisfacción con la forma en que se estaba ejecutando lo que muchos llamaban ciencia. En
otro fragmento de la misma entrevista narra como en una noche de Octubre de
1964 la Universidad de Oxford presencia una reunión clandestina entre el nuevo
Primer Ministro Inglés, Harold Wilson –estudiante graduado con honores de la
misma Universidad-, y su economista estrella, Tommy Balogh, para decidir que no
habría devaluación de la libra esterlina ese año. Esta determinación
unilateral, aprobada y incluso aplaudida por el economista en jefe del tesoro
nacional Nicholas Kaldor, explicaría parte del declive del Estado de Bienestar
británico en los años subsecuentes. Desde luego, comenta Roy, esta era una
medida políticamente (y teóricamente) incuestionable.
No obstante, su desconcierto no se expresaba exclusivamente sobre
la labor de los economistas. Para Roy, los analistas políticos carecían de
argumentos teóricos y los filósofos estaban encasillados en abstracciones con
poco valor intrínseco. Aunque aceptó que disfrutaba de las trivias mentales
del estilo “¿existe esta mesa?”, “¿tenemos dos manos?”,
no veía cómo estas le hablaban (al menos de manera directa) a la sociedad o a
la lucha contra la desigualdad y la pobreza. Sin embargo, nunca
desconoció la virtud de la filosofía. De hecho, terminó optando por perseguir
un título doctoral fundamentado en una crítica filosófica a las vertientes
económicas dominantes de su época. Y es que a pesar de que creía que la mayor
parte de los problemas del mundo eran económicos, Roy dudaba del status
científico del análisis económico. Para él, episodios como el de la noche
Octubre en Oxford – que diría yo, no distan mucho de la forma en que seguimos
haciendo política económica en nuestros países - eran tan solo una
manifestación de ese problema. La falta de filosofía en la teoría económica,
aduciría, podría dar paso a que cualquier argumento “teórico” pudiese contar
con legitimidad científica.
Al día de hoy, la extensa obra de Roy Bhaskar se vislumbra como
una alternativa interesante ante las múltiples esquizofrenias de la academia
contemporánea. Su obsesión por la coherencia entre el decir y el hacer lo llevó
a unificar una reflexión fragmentada en la obra de múltiples pensadores para
proponer un nuevo paradigma científico: El Realismo Crítico. Sus
escritos nos enseñan a no creer completamente en lo que vemos, pues no solo la
percepción esta limitada por nuestros prejuicios y capacidades cognitivas, sino
incluso puede ser maquillada por quienes tienen motivaciones para presentarnos
sus propias versiones de la realidad. Pese a ello, y contrario a muchos movimientos
postmodernistas que lograron banalización del saber, nos llenó de argumentos
trascendentales que dan cuenta de la existencia de una estructura común a
todos, que nos hace reflexionar sobre cosas similares y nos permite observar
algunas tendencias (mas no regularidades) en el mundo. Y de ahí su definición
del fin conocimiento científico como un proyecto humano emancipador que
nos permitan identificar esas fuerzas que dominan y constriñen nuestras
libertades individuales y colectivas esenciales.
¿Y todo esto porque cambió mi vida? Bueno, desde lo académico
aprendí que es necesario trascender la percepción. Robando expresiones de un
amigo, a veces nos obsesionamos por las técnicas de medición -usar un cañón
para matar una mosca- y poco dedicamos a la reflexión del qué y para qué
estamos buscando. Creo, por ejemplo, que publicar documentos científicos no es
malo, pero banalizar la búsqueda del saber por enaltecer la estética si que es
cuestionable. En lo profesional he aprendido a entender mi posición en el mundo
(la estructura) y a tratar de comportarme acorde a ella. Sin embargo, también
he comprendido que si me limito a reproducir, y nunca a cuestionar, pierdo mi
poder ético y humano de ser un agente de cambio. Y finalmente como persona he
aprendido a juzgar menos por las apariencias, y hacer un mayor esfuerzo por
entender las motivaciones de los demás. La empatía, en últimas, es una virtud
que comúnmente menospreciamos, pero que es quizás aquella que más nos distingue
de las bestias.