No es la
primera vez que escribo sobre este debate (ver); quizás tampoco sea la última. Y la razón
de ello es que a pesar de que muchas veces queramos evitarlo, este se encuentra
en un momento efervescente. La economía académica está en crisis y es tan así,
que hasta el llamado (por algunos) neo-marxismo se puso de moda (ver).
Hace pocos
meses la Revista de Economía Institucional publicó un artículo de Tony
Lawson, profesor de la Universidad de Cambridge y quien ha ganado
reconocimiento (y, hay que decirlo, rechazo entre algunos economistas), por sus
cuestionamientos a las bondades de la formalización matemática en el análisis
económico. Cabe mencionar, a manera de contexto, que Lawson tiene un pregrado
en matemáticas puras y un doctorado en economía.
En su
artículo (ver) Lawson busca superar la tediosa
concepción de la economía matemática como una manifestación política
consciente entre quienes quieren reproducir un status quo (ej. los agentes
del imperio). A su vez, cuestiona la hipótesis de quienes presuntuosamente
afirman que los economistas son ingenuos por ‘proponer –y estudiar
incesantemente (…) modelos estúpidos’. Ambas posiciones son engañosas, no
solo porque implican subestimar una profesión que se caracteriza por reunir
mentes brillantes, sino a su vez porque muchas de esas críticas son esbozadas
por quienes caen en el mismo juego de la formalización para defender sus
propios prejuicios teóricos (ej. los llamados economistas heterodoxos).
Para Lawson,
el problema en la economía no es la ideología política a la que se circunscribe
(ej. la defensa del capitalismo) sino, en términos más amplios, el espectro
ideológico imperante que ha definido la buena ciencia como aquella que se dedica
a la cuantificación del todo. Esto ofrendado, según explica, por el legado de
acontecimientos históricos como la ilustración, la física del siglo XVII y la
premonición kantiana de que ‘el estudio de los fenómenos sociales necesitaba
su propio Newton’. El problema es que la matemática es aplicable para
entender fenómenos en sistemas cerrados (atomizados, predecibles,
controlados), como lo es un laboratorio de química o el mismo acelerador de
partículas que permitió el descubrimiento el Boson de Higgs. En
el mundo social no podemos hablar de átomos o partículas; las personas
interactúan en dominios (más
bien) abiertos, caracterizados por la espontaneidad, la contingencia, la
reflexión y el aprendizaje.
La
naturalización de las matemáticas como el deber ser de una ciencia
social objetiva es entonces trivial, y no solo porque se sostiene con una
visión particular y distorsionada de lo que es el método científico (i.e.
tratar de identificar regularidades en mundo social irregular) sino porque el
asumir atomicidad deja pasar por inadvertido (e incluso trivializa) el análisis
de relaciones entre personas, detrás de las cuales se enmascara el poder, la
dominación, la discriminación, etc. Lo anterior, insiste Lawson, no
(necesariamente) como un conjuro explícito capitalista o producto de un sesgo
ideológico intencionado (ej. la explotación se la inventó Marx), sino
consecuencia de la obsesión por encontrar patrones entre variables
cuantificables.
Todo ello
repercute, como es apenas previsible, en la crisis de la enseñanza de la
economía. Invitaría a los/las interesados/as a leer por si mismos/as el
artículo y sacar sus propias conclusiones. Para mi el mensaje es claro: no se
trata de erradicar la formalización; por el contrario, se trata de darle su
debido espacio en la ciencia. Infortunadamente, para muchos, este espacio parece
estar más claro en los dominios de la física, la química y la biología.